sábado, 27 de abril de 2013

Ana Alcaide. Música para un don Quijote apócrifo en Toledo

Ya que mi don Quijote apócrifo pone los pies en la antigua ciudad imperial, que lo haga con una banda sonora adecuada. Ya era hora de incluir música ibérica en Claroscuro, ¿no?

De los placenteros paseos por las calles y las plazas toledanas guardo, entre otros muchos, un recuerdo especial. Bajo por la Calle del Nuncio Viejo y, antes de doblar la esquina hacia el Arco de Palacio y la Plaza del Ayuntamiento, oigo la melodía imantada de un instrumento que no identifico. Así, conozco la viola de teclas (nyckleharpa), un instrumento medieval sueco con aspecto, más bien, oriental. Cerca del arco, al tibio sol de abril, veo y escucho por primera vez a la hermosa joven que lo acaricia, y a la que no tengo más remedio que comprarle su primer disco después de haber permanecido no sé cuánto tiempo a unos pocos metros, soñando despierto, como un pasmarote.

Por otra parte, donde tanta gente se encarga de recordar la rica herencia musulmana del país, por no hablar de la celta o de la gótica, es muy gratificante que alguien se ocupe de recordarnos nuestra herencia sefardí; que no se encuentra sólo en los vestigios de las sinagogas y en las juderías de Sefarad, sino también en la filosofía, en la música, en la poesía… y en el ADN de los Aguilar, Aragón, Cortés, Egea, Escribano, Hernández, Hervás, Hita, Jiménez, López, Mendoza, Ortega, Pérez, Segovia, etc. ¿O todavía queda gente que se crea la patraña de la pureza de sangre? Me parece que sí.

Shalom (en cristiano, Paz).


Youtube: Manau (2006)




Youtube: La cantiga del fuego (2012)

lunes, 22 de abril de 2013

Un don Quijote apócrifo para el Día del Libro


Permitidme que rescate del olvido general y del mío particular este don Quijote del siglo XXI; un don Quijote apócrifo que ni en el año del celebrado IV centenario de la primera edición de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha (1605) recibió la debida difusión y distribución, siquiera como curiosidad bibliográfica.


Honestamente, habría merecido mejor fortuna a todas luces. Especialmente si se tiene en cuenta que Benengeli, el cronista del caballero, regresa para proporcionar a don Quijote una acción mucho más honrosa que el desvarío de la Cueva de Montesinos y reescribir el capítulo XXIII de la Segunda parte del Quijote titulando el apócrifo así: De la prodigiosa aventura, reservada para sí mesmo, por la que don Quijote fue llevado en volandas de la Cueva de Montesinos a Las Cortes de la Lengua, en las que tomó parte imparcial y juiciosa.



Vigilia fantástica y Apócrifo de Benengeli (Ediciones de la Diputación de Albacete – Colección de Narrativa. I.S.B.N.: 84-86919-40-1) “presenta un entramado de cuentos que conducen al Apócrifo de Benengeli, en el que don Quijote librará una nueva batalla perdida de antemano: la batalla contra quienes, atendiendo a sus propios intereses, enarbolan los emblemas de la cultura, la lengua y la nación como obstáculos para el entendimiento antes que como vías para el encuentro”. Hay cosas que no cambian.

A continuación sigue un extracto del encuentro entre los dos rescatadores del texto apócrifo-cervantino.



(…)

‑ Perdonadme, caballero. No sé qué sea eso que masculláis para vos, pero he de preguntaros si sois don Cide Hamete Benengeli, quien en tal caso ha de servirme de guía y ayuda en cierta empresa.

‑ Vayamos por partes. En primer lugar os agradezco el título de caballero, mas debéis saber que ni monto caballo, razón por la que no puedo serlo, ni dudo que después de este encuentro nadie dudara que podría montar en mí obligándome a invocar a Belcebub o a Apuleyo para que me convirtiesen en asno. En segundo lugar, veo que conocéis mi nombre aún cuando desconocéis que cide es el don en mi primera lengua, que es el árabe. Y, por lo que respecta a si soy o no vuestra guía, me temo que lo soy a pesar mía y de mi malhadada ventura.

Abrumado como quedó el intrépido gnomo por tanta retórica, ya que si estaba acostumbrado a leer discursos prolijos, no así acostumbraba en modo alguno a oírlos, sostuvo un silencio lleno de incertidumbre para su interlocutor que, desde este punto, resolvió dosificar el saber que poseía.

‑ Cide Hamete, pues,>> rectificó el ser del bosque y casi del aire, <<os ruego me indiquéis cuál es nuestro propósito y dónde se halla el perínclito Caballero de la Triste Figura.

‑ Debéis saber que el caballero al que os referís apeóse tal sobrenombre, tomando el de Caballero de los Leones, a resultas de un lance del que salió mejor parado de lo que hubiese cabido esperar, y en el que se le reconoció mejor fortuna que juicio. ¿Podéis ver, trasgo del éter, aquella cueva de boca espaciosa y ancha, pero llena de cambroneras y cabrahígos, de zarzas y malezas espesas ante las que el escudero Sancho y el primo, desde luego en primerísimo grado, del licenciado de las afamadas bodas de Camacho...? Supongo que estáis al tanto.

Cueva de Montesinos. Ossa de Montiel

‑ Me ofendéis con la duda, Cide. Bien está que no se me viniera si lo de los leones había sido ya o no, pero ¿quién no ha leído u oído hablar de las bodas del rico Camacho?

‑ Perdonadme, pues. Los veis, ¿verdad? Pues, como también sabréis, para ellos pasará apenas una hora aguardando que el hidalgo y señor del primero requiera que lo icen, mientras que para este infeliz, en su inconstante mollera, habrán transcurrido tres días con sus tres noches hospedado en el alcázar del tal Montesinos. ¡Cómo me aflige verle en esos raptos que le embargan la mente! ¡Tan corto espacio de tiempo hace que ha mostrado verbo sabio y prudente como el de pocos y coraje desprendido frente a la mesnada de Camacho en favor de Basilio y Quiteria!

‑ Perdonadme vos ahora, pero abreviad y al grano.

‑ Tenéis razón. Como no me puedo dar a entender, ni me puedo persuadir, que al valeroso don Quijote le vaya a pasar puntualmente todo lo que habrá de describir a su salida de la Cueva de Montesinos, y en esto estoy con Sancho Panza, quiero yo proporcionalle otra proeza de la que no haya de retractarse al tiempo de su fin y muerte, por ser testamento de más provecho que el otro desatino para los lectores de esta historia y de la lengua en que está escrita. Ansí pues, de lo que se trata es de conducir a don Quijote, en volandas sobre vuestra alfombra si es menester y no hay otro medio, a Las Cortes de la Lengua, donde intentan dirimir una cuestión de relevancia tal que aún los siglos venideros no la tendrán resuelta con el agrado de la generalidad. Y creo yo que el concurso de don Quijote, cuyas mientes se crecen cuando argumenta entre licenciados y eminencias, puede hacer no poco bien aclarando lo que tantos nublos y humaredas y tinieblas quieren vertelle algunos.

(…)

Puerta de Cambrón. Toledo