viernes, 12 de julio de 2013

CODICIA y LÁMPARAS MARAVILLOSAS 

Queridas niñas, queridos niños… Os propongo un cuentecillo sobre la codicia, un pecado capital practicado con excesiva indulgencia y con el agravante de la comezón por el lucro inmediato, es decir: el enriquecimiento logrado no por medio de la industria sino de los artificios financieros. La historia es producto de una de las lecturas más cautivadoras de mi vida, de una curiosa conversación con un comerciante sirio en el bajo Albaicín –en Granada– y, por supuesto, del sueño. La narración del genio de la lámpara forma parte de Vigilia fantástica y Apócrifo de Benengeli (Ediciones de la Diputación de Albacete – Colección de Narrativa. I.S.B.N.: 84-86919-40-1) y de la colección Mucho Cuento (Certamen de Relatos Hiperbreves – Editorial Acumán, Toledo. D.L.: AB-244-2000).




LA HISTORIA VERÍDICA DEL GENIO EMANCIPADO

Siendo niño ya me resistía a creer los cuentos de hadas y brujas y las historias de duendes, genios o fantasmas. Por eso no terminé de creerme, aunque me fascinase, aquella leyenda que cuenta cómo el viejo y sabio rey Salomón, hijo de David, ejerció uno de los dones más valiosos recibidos de Dios sobre los genios de la tierra. Refiere esa historia fabulosa que los genios habían enojado al rey sublevándose contra él cuando éste les exhortó a adorar al Dios Único y a renunciar al culto de los pueblos idólatras. Como quiera que se negasen a obedecer, el rey Salomón lanzó a sus ejércitos contra los que formaron los genios y los infieles. En la cruenta batalla combatieron los hombres contra los hombres, los genios rebeldes contra los genios fieles y hasta las fieras y las aves lucharon unas contra otras. Pero la victoria había de ser para las huestes leales. Fue entonces cuando el profeta de Dios recordó que debía honrar a quienes le obedeciesen, por su sumisión, y que poseía el poder de encerrar a perpetuidad a cuantos le desobedeciesen. Así pues Salomón encerró a los genios impíos en jarras de bronce que selló con plomo y arrojó al mar. Esta es la razón por la que a veces, en otros cuentos, los pescadores encontraban entre las jábegas una jarra de bronce de cuyo interior podía salir, si se rompía el sello, una persona espantosa de talla elevadísima, la cual, creyendo que Salomón aún vivía, exclamaba <<¡Perdón! ¡Perdón, profeta de Dios!>> y casi siempre se sometía a la voluntad de su libertador y cumplía sus deseos; pero, como el conjuro era poderoso y permanente, muchas veces se volvía a sublimar involuntariamente hacia el interior de la jarra, que quedaba desprecintada ya para siempre.

Ahora, que me creo menos ese tipo de historias pese a que siguen fascinándome, quiero contaros lo que vi y oí una madrugada al salir de la modorra que me había invadido mientras leía en la biblioteca de mi casa. Intentaba vencer ese sopor profundo para irme a la cama cuando el oído me indicó la dirección de la que venía un murmullo bisbiseante. Pesadamente, giré la cabeza lo suficiente para distinguir dos figuras en la penumbra: una inmensa que apenas cabía en la estancia y que sostenía a la otra, minúscula, sobre la palma de la mano y le hablaba en voz muy baja.


¿Sabes, muchacho? Estos tiempos están tan necesitados de sosiego. Verdaderamente, echo de menos otras épocas, cuando la gente sabía escuchar las viejas historias y todavía confiaba en que, un día, podría ocurrirles algo fantástico a ellos mismos. Pero hoy no queda ni esperanza ni imaginación. Ni siquiera para pedirme deseos. No tengo que ir muy lejos para ponerte un ejemplo. Al final de la última guerra que ha conocido el Golfo Pérsico, había un soldado licenciado que barzoneaba por los arrabales de Bagdad. Era época de gran carestía y de no poco peligro, no todo proveniente de los reinos enemigos. A este pobre tullido, y por ello licenciado, lo echaron del barracón en el que él, su mujer y sus tres chavales moraban junto con otras nueve familias de sargentos. Tuvo, pues, que ponerse a buscar un techo por las afueras de la ciudad, entre cascajos y vehículos abandonados. En esto que, buscando y rebuscando, lo encandiló un destello resplandeciente de mi lámpara, que aún no acierto a adivinar lo que hacía en un lugar tan sucio y alejado de las escaleras que parten del jardín a la última sala de la Cueva de las Maravillas, que es su sitio de retorno. Supongo que, como es costumbre, se frotó los ojos e inmediatamente la alzó para esconderla en su pecho. Echó a correr y se alejó de la Ciudad de los Creyentes adentrándose en el desierto. Como no vería bien el material del que estuviera hecha mi pequeña pero conveniente lámpara, sopló para quitarle el polvo y todavía, con la manga, frotó el metal hasta hacerlo relucir.

¡Tras ciento sesenta y nueve años me invocaban a solidificarme! Normalmente me materializo bastante sonriente pues no suelen transcurrir menos de quinientos años entre servicio y servicio. Esta vez no estaba preparado. Con tanto jaleo, además, no me apetecía nada salir. ¡Pero, chico! Son los gajes del oficio, y contesté huraño:

- Habla, amo Nardin. Tu palabra me hará siervo tuyo. Pídeme lo que quieras.>> Es la fórmula habitual. Entre el susto, mi voz ronca y el llamarle yo por su nombre aquel pobre diablo se quedó mudo al principio. <<Soy el genio de la lámpara del Jardín de las Maravillas. Pídeme cualquier cosa que desees y tu petición será obedecida.>>

Saliendo ya del shock, y perdona el barbarismo pero es que me hace tilín esta palabra del Imperio de Occidente, me respondió aquel hombre:

- ¿De verdad eres el genio de la lámpara?

- Sí, amo.

- ¿Y puedes procurarme lo que yo te pida?

- ¡Sí, claro! ¿Qué quieres? ¿Comida? ¿Mujeres? ¿Oro? ¿Perfumes? Todo cuanto seas capaz de formular en un solo deseo puede ser tuyo.
Empezando a perder el miedo, dice Nardin:

- ¿Es eso cierto?

- ¡Sí, hombre, sí! Tan cierto como que no hay nada ni nadie más grande que Dios en el Universo. ¡Pero pide, hombre! ¡Que no tengo todo el día!>> Esto lo dije para darme tono.

- Está bien, genio. Yo y mi mujer y mis hijos necesitamos una casa, pues acabamos de quedarnos sin nuestro pedazo de techo del barracón del Regimiento de los Leones de Bagdad.

- Oír es obedecer, amo Nardin.

- ¡¿Sí?! Bueno, ¡espera! Mejor aún: que sea un chalé.

- ¿Un chalé?

- Sí, un chalé con jardín...

- ¿Con jardín?

- ... y piscina.

- ¿Un chalé con jardín y piscina?

- Sí, y con un huerto de frutales y frescas hortalizas, y una acequia que lo cruce y... Un Mercedes aparcado en la puerta y...

- ¡Voto al Profeta, Nardin! ¿Es que no tienes mesura?>>, tuve que decirle al muy codicioso.

- Pues ¿qué quieres que te diga, genio? Dicen que cuando la fortuna a tus puertas está, has de abrírselas de par en par; y que por eso la ocasión la pintan calva o con un solo mechón. ¡Y qué gran verdad es, ahora que me fijo en el que llevas en la coronilla!

- ¿Conque esas tenemos, eh? Pues he aquí tu deseo, amo imprudente y descarado.

Y de una poderosa palmada lo mandé a Almería, donde ahora trabaja en un vivero, rodeado de todo lo que pidió y liberado de la onerosa carga de su familia.

- ¿Y sabes por qué has conjurado mi ira?>>, le dije mientras volaba. <<Insensato, me pides un chalé con jardín, piscina, huerto y acequia… ¡A mí! A un pobre genio como yo, de descomunal tamaño, que sin embargo se aloja en apenas un soplo escaso de aire. ¡Vete a disfrutar de tu nueva vida en el otro califato, que ya es bastante don no sólo para ti sino también para tu mujer y tus hijos, puesto que no puede haber peor desgracia en una casa, por venir de dentro, que la codicia!

Lo último se lo oí una vez al Rey Sabio mientras impartía justicia a las puertas de su magnífico templo. Sí, amigo gnomo, dale un huevo al codicioso y te pedirá la gallina. Lo que me recuerda otra historia verídica que... mejor te contaré otro día.


El genio y su amigo, al que le colgaban las piernecitas de la gigantesca mano, repararon en mi presencia ya plenamente consciente, me miraron y bufaron malhumorados. El gnomo le dijo al genio <<Vámonos. Mañana te llamo y me acabas de contar...>>. Luego me miró atravesándome con sus ojillos y añadió <<Sin in-ter-rup-cion-es>>. Se estrecharon las diestras no sé cómo y al instante desaparecieron de mi vista. El gnomo saltó desde la palma de la mano del genio al suelo, pero justo antes de tocarlo su cuerpo se desintegró en una miríada de chispas que destellaron como la purpurina. El genio se sublimó en una columna de humo azul que, a su vez, retrocedió hasta el interior del segundo volumen de Las mil y una noches. Yo me levanté del sillón, eché a andar dando tropezones y me fui a la cama a seguir soñando mi sueño.

Genie. By Jeff Read


jueves, 4 de julio de 2013

HIPPIES, POLVO & FRANK ZAPPA


Hoy me ha dado por desempolvar otra de esas epifanías, unas verídicas y otras recreadas, de mi colección La teoría del polvo. Cuentos de las Sierras de Alcaraz y del Segura. Una lectura rápida y ligera –o no tanto– sobre otro encuentro fugaz, a principios de un verano cualquiera. Un breve diálogo, originalmente, en el que las intervenciones del caminante sólo trabarían el desarrollo de la teoría vital abreviada de la “antigua” compañera de facultad; de ahí el monólogo. Y como contrapunto sonoro, por alusiones, una dosis del rock-fusión más gamberro que ha existido jamás.


TEORÍA ABREVIADA DEL POLVO



A nosotros lo que no nos va, para nada, es el rollo budista. Por eso nos vinimos de La Alpujarra dejando allí a los otros colegas. Para estar vivos hay que moverse, tú lo sabes.

Nos queda mucho para ser una comuna de verdad aunque en eso estamos. De momento vamos resolviendo el autoabastecimiento. Tenemos habas, papas, tomates, cebollas, lechugas, calabazas y pepinos, un granado, un caqui, varias higueras, almendros, nogales, cerezos, un poco de maíz, algunas cabras, un par de cerdos y gallinas. También tenemos panales. Y adivina...

La planta de la energía cinética.

No vayas a contar dónde estamos. A dos de mis compañeros ya los dejaron en paz después de la historia de la insumisión pero lo de la insumisión fiscal es más chungo. No te creas que nos preocupa la Guardia Civil. Si encuentran la maría, te la arrancan y se acabó. Como no vendemos... A decir verdad, nos llevamos bien con ellos. Hay una pareja que pasa por aquí de vez en cuando. Pasan sin bajar del todo-terreno, saludan sonriendo y siguen.

Mira, ya hemos llegado. La cultivamos en invernadero. No te escandalizas, ¿verdad? Te voy a decir una cosa. Yo antes no lo tenía tan claro, hasta que lo vi cuando estuve en California. ¿A que no sabías que pasé tres años en un sitio llamado Walden Six?  Pues sí. Al acabar la carrera me fui a ese sitio perdido en las Montañas Rocosas con aquel novio que tenía. ¿Te acuerdas? El del pelo largo y rizado, con perilla y gafas a lo John Lennon. Qué gracia: perdía el culo con Frank Zappa.

Ese.

A lo que iba. El país es un monstruo devorador de hombres y mujeres. Los engulle y los defeca, como a los frailecillos de Pasolini, convertidos en piezas de usar y tirar. Después de ver lo que he visto, tengo que ponerme de parte de las guerrillas y de los plantadores de coca latinoamericanos. La coca no es buena, no. Pero es el único arma que tienen frente al monstruo, que es el mismo que la demanda y ordena la producción y la distribución y que cada vez tiene más control en todos los rincones del continente. Como dijo una vez el comandante no-sé-qué, no me acuerdo ahora, la coca es la bomba atómica de Latinoamérica. Menos mal que aquí no me oyen mis colegas. Reconozco que por ahí me hace aguas el pacifismo.

Esta energía cinética nuestra no es dañina. ¿La has probado? Te mueve a la risa, al amor, a la paz. Te mueve, te exhuma los sentimientos, por muy hondo que te los haya sepultado el sistema. La sedimentación del polvo, la petrificación no es razonable nada más que para los muertos. ¿No crees?

Fíjate en este fósil de amonites. Lo encontré un día arando. Lo llevo al cuello, primero porque es pequeñito, no te creas que no me mueve la estética también. Pero lo llevo para que me recuerde que estoy viva y que tengo que hacer tantas cosas antes de que alguien o algo de otra era me encuentre así, encogida, petrificada. Otras veces me coloco mogollón, con un poco de maría, enfocando y desenfocando la vista por la espiral. Mola si lo dejas a tiempo. Si no, te entra un mal rollo...

Los seres vivos tenemos que manifestarnos transitando, levantando el polvo, intercambiándolo.

No te rías, hablo en serio. Igual que los torrentes abren cursos y dejan su señal, aunque se sequen en verano, los seres vivos tenemos que dejar atrás nuestra estela con el polvo que hayamos levantado a nuestro paso por poco que perdure.

Más me vale dejarlo ya porque veo que no te lo estás tomando en serio, guasón.

Es increíble. ¡Cuántos años desde la facultad! Tiene que significar algo que nos hayamos encontrado aquí y ahora. No es fácil coincidir en el espacio y en el tiempo en mitad de una sierra. Mucho menos tan lejos de Granada. Si no tuvieras que irte, te ibas a comer un plato de habas con jamón y huevos así de grande.

No te insisto. Hip, man! ¿Te acuerdas?

Salud, compa, y cuídate. ¿No te habrás aburguesado mucho? Da igual, vuelve por aquí.


Frank Zappa
Willie the Pimp (Hot Rats. 1969)