martes, 21 de abril de 2015

Don Quijote y las metamorfosis de una mosca común 


En este Día del Libro de 2015, por serlo y por celebrarlo un rato, propongo una fábula sobre la ambición desmedida, quizás una suerte de envidia, que cierto personaje utiliza como argumento dialéctico.


Os pondré en situación. Mi don Quijote apócrifo, casi por arte de magia y a instancias de su propio cronista, es convocado a las Cortes de la Lengua en Toledo. En ellas, el caballero andante toma parte imparcial y juiciosa en un desquiciante y sesgado debate sobre las lenguas del Imperio que, aunque me esté mal decirlo, os recomiendo leer.


El biógrafo ficticio de don Quijote, dolido por la utilización que Miguel de Cervantes hace de él, desea desquitarse proporcionando al caballero otra acción mucho más honrosa y que sirva de alternativa al notorio capítulo XXIII de la segunda parte de Don Quijote de La Mancha, que el mismo Cervantes presenta como apócrifo por lo fabuloso de su contenido. Con ese propósito, Cide Hamete Benengeli escribe el capítulo XXIII-b, titulado De la prodigiosa aventura, reservada para sí mesmo, por la que don Quijote fue llevado en volandas de la Cueva de Montesinos a Las Cortes de la Lengua, en las que tomó parte imparcial y juiciosa.


La fábula de Las metamorfosis de una mosca común forma parte de Vigilia fantástica y Apócrifo de Benengeli (Ediciones de la Diputación de Albacete – Colección de Narrativa. I.S.B.N.: 84-86919-40-1).





(…) Y, si tenéismelo a bien, soy yo ahora el que quisiera contaros la historia de cómo una mosca común llegó a morirse de envidia después de transformarse sucesivamente en luciérnaga, abejorro, libélula, vencejo y águila real.

Había una vez una mosca común nada conforme con su condición, recientemente descubierta. Sí, lo de revolotear entre los animales superiores molestándolos y escarbando en sus heces le privaba, pero a poco que detuviérase a miralla bien su labor parecíale el cuento de nunca acabar más que una estrella digna, como si ella fuera la esforzada Sísifo de los dípteros. <<¿Es que no acábase nunca la porquería?>>, desesperaba. En absoluto era una mala mosca común; era bastante rápida, era considerablemente molesta y gozaba de lo lindo explorando las boñigas de vaca, que son las más suculentas. Ahora bien, qué era toda aquella abundancia comparada con la gaiezza de los devaneos nocturnos de las luciérnagas, precedidas por su halo resplandeciente.
A las dos horas escasas, este pensamiento, que en los insectos tiene lugar de una forma muy básica, habíase convertido en una verdadera obsesión que no dejábala disfrutar siquiera de las deliciosas cagarrutas de cabra montesa. Caía la tarde, todavía calurosa, y en su vuelo furibundo zumbó: <<¡Quiero ser luciérnaga!>>
Aunque parezca cosa de fantasía, de todo punto imposible y por lo tanto increíble, la Madre Naturaleza resolvió conceder el deseo, que más que a deseo sonaba a exigencia, pero resolvió concedello a título ejemplarizante para todos los demás miembros de los tres reinos, el animal, el vegetal e, incluso, el mineral por si acaso. De modo que transigió eliminando los trámites habituales para las metamorfosis, o sea: la solicitud del huevo para ser larva, el paso inexcusable de larva a crisálida y por fin la eclosión a una nueva vida.
<<¡Esto es pasmoso! ¡Qué abdomen tan bello e abbagliarante tengo ahora! ¡Y qué bien veo todas las cosas a las que me acerco! ¡Venga a mí la noche!>>
Para esta inquieta aventurera de la noche, que describió mil y un arabescos de luz en la oscuridad, la experiencia no estuvo mal aunque de nada serviríale ser luciérnaga cuando saliera el sol. Con los primeros albores reparó en la futilidad de ser luciérnaga por el día: <<Lo mejor sería ser abejorro. No hay otro insecto más zumbón>>.
Oír y obedecer fue la actuación del gobierno de la Naturaleza, que de nuevo puso en práctica su política de excepción, sin trámites. El bisoño abejorro dedicó la primera hora de existencia a intentar posarse sobre las flores más llamativas, pero todos los intentos fracasaban pues ninguna florecilla soportaba un peso tan pesado y, enseguida, los tallos cedían y despedían al huésped con una inclinación de cortesía.
<<¡¿Qué nuevo castigo he de sufrir ahora?! No estoy dispuesto a libar en vuelo. Preferiría poder posarme en las violetas y en las manzanillas y en las campanillas... Esto otro es un disparate agotador. Si al menos fuera libélula, que es más ligera>>.
Dicho y hecho. La vida del abejorro fue brevísima e inmediatamente dio paso a la de flamante libélula. <<Creo que a las libélulas prívanos vivir en las riberas de los ríos. Buscaré uno>>, se propuso. Y dirigióse vaguada abajo. Pronto descubrió un arroyo rápido. Lo siguió y al instante encontróse en un sombreado remanso, cubierto por las encinas y los arces, y cercado por unos tupidos zarzales. Sin duda tratábase del paraíso que buscaba y en el que desde luego haría tan bonito su color azul brillante al atravesar los haces de luz filtrados sucesivamente por el follaje y el agua. Sería la dueña y señora del remanso, donde abundaban las arañas de agua y... <<¡qué fatalidad!>>, los vencejos con pichoncitos hambrientos.
<<¡Qué espanto!>> Aquí venía uno con su cónico pico bien abierto y preparado para cerrarse al menor contacto con su nuevo y alargado talle. <<¡Quiero ser gavilán, quiero ser gavilán!>>.
Esa transformación no era tan simple como las anteriores. Una cosa era transformarse en otro insecto, pero esta otra petición era demasiado compleja de materializar pues que suponía una mudanza de especie, familia, orden y clase de ser animado. No pudo ser. Habíanse de hacer las cosas paulatinamente, determinó la sabia Naturaleza y, después de una persecución extenuante, oyó gorjear al vencejo que la perseguía: <<¡Perdona, comadre! Te había tomado por una libélula. ¿Te lo puedes creer?>> Y el que ahora era su congénere rectificó la trayectoria y volvióse al nido con sus hijuelos.
<<¡¿Comadre yo de ésa?!>>, protestó indignado el pájaro de nuevo cuño. <<¡Yo quería ser gavilán por devolvelle el susto! En fin, cuando menos he salvado las membranas... quiero decir las plumas. No está mal esto de ser vencejo. Soy rápida y aunque gustaba más de ser insecto probaré la vida de ave>>.
Lo bueno de vivir en un remanso cubierto de fronda es que a mediodía el frescor del arroyo os permite mantener plena la vitalidad, pero esto puédese volver contra vos en cualquier momento porque los vencejos macho pueden requeriros para los goces amatorios previos a la fundación de un nido de ovíparos. Pero si, como hembra, además hay que soportar los alardes de los aspirantes al puesto de cónyuge, el asunto puede derivar en una situación insufrible. Y esto ocurrió a la primeriza hembra de vencejo con dos vencejos muy gallardos; ansí que, como tenía muy claras las ideas suyas, creyó resolver la disputa cantándoles las cuarenta: <<Mirad, pollos. No estoy por la labor en este asunto. Buscáos a otra, yo me largo>>.
Ninguno de los dos rivales dejóse intimidar. Siguiéronla afuera del recinto húmedo, donde el sol tenía reseca a toda la vida vegetal de una descomunal pared de roca. La visión de un escenario tan gigantesco abrióle los ojos a la entonces hembra de vencejo y, mientras se zafaba de la contienda, formuló una vez más aquello que, creía, sería su solaz: <<¡Qué harta estoy ya de todas estas minucias! Quiero vivir a lo grande y abandonar este jaleo. ¡Seré águila real!>>.
Siendo éste su último trino o lo que quiera que fuese lo que sirviérale de lenguaje, pues ya no se sabía bien, la Naturaleza, empezando a impacientarse por ver hasta dónde quería llegar la envidiosa e insatisfecha criatura, sentenció: <<Sea tu transformación definitiva>>; pues, en realidad, no hay otro ser del aire por encima de un águila, ya sea en vuelo ya sea en la jerarquía de honor de la avifauna.
La metamorfosis fue instantánea y el primer movimiento del águila advenediza fue magnífico. De una pirouette con picado rapidísima se colocó a la cola de los dos pajarillos, atrapándolos de una vez con el pico. El gusto de almizcle del plumaje, el crujido de los tiernos huesecillos y los humores de las vísceras reventadas le produjeron una sensación para la que no estaba preparada un águila con su ascendiente. Expulsólos en el acto. Cayeron uno inerte y el otro aleteando aturdido pero sin rasguños.
Para recuperarse un poco, buscó una buena percha en la pared de la garganta de su arroyo. A estas alturas había algo que echaba de menos, aunque no recordara qué. Tenía un recuerdo impreciso de cierta afición que, seguramente, debía ser un capricho antinatural para sus pares, las nobles rapaces diurnas de las cumbres, pero que se le figuraba muchísimo mejor que un bocado de cabritillo. Mas, ¿dónde buscallo?
Por fin decidió abandonarse al impulso de su excentricidad: <<Acudiré adonde otras aves y animalillos no paran de hacer en pos de su regocijo. ¡Con qué frescura y con qué poco escrúpulo benefícianse esas otras especies más bajas de un trabajo ya consumado por otros! Vamos allá, yo siempre podré regresar con los míos cuando me plazca>>. Y diose impulso en el aire.
Voló con gran elegancia. Nadie habría puesto en tela de juicio su alcurnia. Muy poco después aterrizó delante de un gran pastel de desechos humanos: <<¡Qué placer tan vulgar y exquisito de una vez!>>. La aristócrata de las alturas entregóse a una conducta que no lograba reconocer pero que resultábale simplemente délicieuse. De esta forma, el cazador furtivo que había tendido allí la involuntaria trampa aprovechóse del desconocido desdoblamiento de la psique de la majestuosa ave. Acercósele por detrás extremando el sigilo y, asestándole un golpe mortal con la cureña de la ballesta, no pudo sino vanagloriarse de su doble gesta: <<Vas a ser la única águila coprofágica de la taxidermia mundial>>. Y ansí es como fue.


Metamorphosis. By Kazuhiko Nakamura


lunes, 13 de abril de 2015

GOOD New & OLD ENGLAND 

Sussex y Londres en 33 fotos muy parciales 



City of London desde Tower Bridge


Los reencuentros muy esperados con las “viejas” amistades no suelen defraudar. Por el contrario volver a un país o a una ciudad, con el inevitable contraste entre los recuerdos y la actualidad, puede dar lugar a grandes desilusiones… O a sorpresas agradables. Volver después de diecisiete años a la vieja y buena Inglaterra, donde aprendí muchas de las cosas que hoy me sirven para ganarme la vida, no me ha aportado sorpresas pero sí bastantes emociones y reafirmaciones muy edificantes para compartir con un hijo.

Dejando aparte la política, la economía y la meteorología, la vieja & nueva Inglaterra puede apabullar en no pocos aspectos, incluso cromáticamente. El Reino Unido de hoy demuestra que se enorgullece de su historia aceptando los episodios vergonzosos. Integra a una variadísima diversidad multicultural sin replantearse las convicciones nacionales y los símbolos fundacionales. Y, como queda de manifiesto palmo a palmo, no basa su desarrollo en arrasar la naturaleza ni en demoler cada edificación de más de cincuenta años ni en reestructurar las ciudades ni en reorganizar la vida misma constantemente.

Sinceramente, creo que solo así pueden convivir los pueblos y pueden prosperar los estados. Ni me imagino cuánto más le llevará a la idiosincrasia ibérica prescindir de alguno de sus contumaces rasgos, porque eso se logra por medio de la Educación –con mayúsculas– y al paso que vamos… Quizás si, de una vez por todas, empezásemos a reconocer y recompensar las buenas cualidades y los méritos de los mejores hombres y mujeres; ¿entonces España sería un poco menos España? Ser o no ser tan carpetovetónicos, ¿es ese el dilema?


Puerta principal de una vivienda. Alfriston. Sussex

Una de tantas seculares George Inns. Alfriston. Sussex

Caballo Blanco de Lullington Heath. Sussex

Beachy Head Green. Sussex

Desembocadura del Río Cuckmere. Seven Sisters Country Park. Sussex

Tudor Close. Rottingdean. Sussex 

Pub en Trafalgar Street. Brighton

Easter bunnies and eggs. Escaparate de Choccywoccydoodah. Brighton Lanes

Pub en Bow Street. Covent Garden. Londres

Telephone boxes. Covent Garden

Russell Street. Covent Garden

Neil's Yard. Covent Garden

Shakespeare's Globe Theatre. Southwark. Londres

The Globe Theatre: artesonado del escenario

Borough Market. Southwark

Borough Market. Southwark

The George Inn. Southwark

Puerta de los Traidores. Torre de Londres

St. Paul's Cathedral. City of London

Escudo real. Verja del Palacio de Buckingham

Granadero de guardia. Palacio de Buckingham

Eros. Shaftesbury Memorial Fountain. Piccadilly Circus

London Eye y County Hall, desde Westminster

Lord Nelson makes the right time. Trafalgar Square

Amigo en adopción. London Zoo

Canal del Regente. Regent's Park

Canal del Regente. Camden Town

Puesto de doughnuts y cronuts (croissant doughnuts) en Camden Town



Camden High Street

El Sombrerero Loco y la Reina de Corazones. Camden High Street


Entrada dedicada a nuestros queridísimos amigos:
Emma, Isabel, Silvia & Martin Taylor.


Chalk Farm Road. Londres