Un don Quijote apócrifo para el Día del Libro
Permitidme que rescate del olvido general
y del mío particular este don Quijote del siglo XXI; un don Quijote apócrifo que
ni en el año del celebrado IV centenario de la primera edición de El Ingenioso
Hidalgo Don Quijote de La Mancha (1605) recibió la debida difusión y
distribución, siquiera como curiosidad bibliográfica.
Honestamente, habría merecido mejor fortuna
a todas luces. Especialmente si se tiene en cuenta que Benengeli, el cronista
del caballero, regresa para proporcionar a don Quijote una acción mucho más
honrosa que el desvarío de la Cueva de Montesinos y reescribir el capítulo
XXIII de la Segunda parte del Quijote titulando el apócrifo así: De la prodigiosa aventura, reservada para sí
mesmo, por la que don Quijote fue llevado en volandas de la Cueva de Montesinos
a Las Cortes de la Lengua, en las que tomó parte imparcial y juiciosa.
Vigilia fantástica y Apócrifo de Benengeli
(Ediciones de la Diputación de Albacete – Colección de Narrativa. I.S.B.N.: 84-86919-40-1)
“presenta un entramado de cuentos que conducen al Apócrifo de Benengeli, en el que don Quijote librará una nueva
batalla perdida de antemano: la batalla contra quienes, atendiendo a sus
propios intereses, enarbolan los emblemas de la cultura, la lengua y la nación
como obstáculos para el entendimiento antes que como vías para el encuentro”. Hay
cosas que no cambian.
A continuación sigue un extracto del
encuentro entre los dos rescatadores del texto apócrifo-cervantino.
‑
Perdonadme, caballero. No sé qué sea eso que masculláis para vos, pero he de
preguntaros si sois don Cide Hamete Benengeli, quien en tal caso ha de servirme
de guía y ayuda en cierta empresa.
‑ Vayamos
por partes. En primer lugar os agradezco el título de caballero, mas debéis
saber que ni monto caballo, razón por la que no puedo serlo, ni dudo que
después de este encuentro nadie dudara que podría montar en mí obligándome a
invocar a Belcebub o a Apuleyo para que me convirtiesen en asno. En segundo
lugar, veo que conocéis mi nombre aún cuando desconocéis que cide es el don en mi primera lengua, que es el árabe. Y, por lo que respecta a
si soy o no vuestra guía, me temo que lo soy a pesar mía y de mi malhadada
ventura.
Abrumado
como quedó el intrépido gnomo por tanta retórica, ya que si estaba acostumbrado
a leer discursos prolijos, no así acostumbraba en modo alguno a oírlos, sostuvo
un silencio lleno de incertidumbre para su interlocutor que, desde este punto,
resolvió dosificar el saber que poseía.
‑ Cide
Hamete, pues,>> rectificó el ser del bosque y casi del aire, <<os
ruego me indiquéis cuál es nuestro propósito y dónde se halla el perínclito
Caballero de la Triste Figura.
‑ Debéis
saber que el caballero al que os referís apeóse tal sobrenombre, tomando el de
Caballero de los Leones, a resultas de un lance del que salió mejor parado de
lo que hubiese cabido esperar, y en el que se le reconoció mejor fortuna que
juicio. ¿Podéis ver, trasgo del éter, aquella cueva de boca espaciosa y ancha,
pero llena de cambroneras y cabrahígos, de zarzas y malezas espesas ante las
que el escudero Sancho y el primo, desde luego en primerísimo grado, del
licenciado de las afamadas bodas de Camacho...? Supongo que estáis al tanto.
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Cueva de Montesinos. Ossa de Montiel |
‑ Me
ofendéis con la duda, Cide. Bien está que no se me viniera si lo de los leones
había sido ya o no, pero ¿quién no ha leído u oído hablar de las bodas del rico
Camacho?
‑
Perdonadme, pues. Los veis, ¿verdad? Pues, como también sabréis, para ellos
pasará apenas una hora aguardando que el hidalgo y señor del primero requiera
que lo icen, mientras que para este infeliz, en su inconstante mollera, habrán
transcurrido tres días con sus tres noches hospedado en el alcázar del tal
Montesinos. ¡Cómo me aflige verle en esos raptos que le embargan la mente! ¡Tan
corto espacio de tiempo hace que ha mostrado verbo sabio y prudente como el de
pocos y coraje desprendido frente a la mesnada de Camacho en favor de Basilio y
Quiteria!
‑ Perdonadme
vos ahora, pero abreviad y al grano.
‑ Tenéis
razón. Como no me puedo dar a entender, ni me puedo persuadir, que al valeroso
don Quijote le vaya a pasar puntualmente todo lo que habrá de describir a su
salida de la Cueva de Montesinos, y en esto estoy con Sancho Panza, quiero yo
proporcionalle otra proeza de la que no haya de retractarse al tiempo de su fin
y muerte, por ser testamento de más provecho que el otro desatino para los
lectores de esta historia y de la lengua en que está escrita. Ansí pues, de lo
que se trata es de conducir a don Quijote, en volandas sobre vuestra alfombra
si es menester y no hay otro medio, a Las Cortes de la Lengua, donde intentan
dirimir una cuestión de relevancia tal que aún los siglos venideros no la
tendrán resuelta con el agrado de la generalidad. Y creo yo que el concurso de
don Quijote, cuyas mientes se crecen cuando argumenta entre licenciados y
eminencias, puede hacer no poco bien aclarando lo que tantos nublos y humaredas
y tinieblas quieren vertelle algunos.
(…)
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Puerta de Cambrón. Toledo |