Malditas campañas electorales…
Aunque
la de Andalucía haya acabado, este suplicio no ha hecho más que empezar. Sin lugar
a dudas, implica un suplicio insultante para la gente con un poquito de memoria
y de criterio político. Digo más, rehabilitar el edificio de esta democracia
nuestra debería pasar por reformar las campañas electorales, tal y como las
conocemos.
A
imitación –remota– de las norteamericanas, las campañas electorales conllevan
el primer gran dispendio de los partidos políticos, la primera causa de su endeudamiento
económico y moral. El capital no presta desinteresadamente, bajo circunstancia
alguna, ni a su madre. ¿Por qué iba a comportarse de otro modo con los
gobiernos y los partidos?
Su
formato actual sugiere que, para sostener el bipartidismo, gastarse el dinero
en actos, propaganda y viajes pudiera ser más práctico que gastarlo en
educación, por ejemplo. Invertir en
Educación convertiría al electorado en un hueso más duro de roer. Sería más
crítico, se diversificaría más y tendría más en cuenta la memoria de la última
legislatura que las milongas de última hora.
¿Por
eso es tan “peligrosa” la redistribución del voto entre más partidos? Desde los
dos grandes partidos políticos nos dicen que está en juego la estabilidad de la
democracia; y nos lo dicen precisamente ellos, que tras siete lustros de
democracia han sido incapaces de alcanzar un solo pacto en las cuestiones
importantes, las que aumentarían la estabilidad y la solidez del Estado español:
la Administración pública, la Economía y la Hacienda, la Educación, la
Justicia, la Sanidad, el Territorio, etc.
Precisamente el
otro punto de apoyo del bipartidismo ha sido la reactivación artificial, por
pura conveniencia política, del viejo odio entre las dos Españas. A muchos les ha resultado muy ventajoso inflar y
mantener una serie de diatribas nacionales como las de: Populares contra Socialistas;
Real Madrid contra F.C. Barcelona; fumadores contra no fumadores; playa o
montaña; tauromaquia sí o tauromaquia no; el nacionalismo español contra los
nacionalismos periféricos; trasvasar o no trasvasar… Sí, hasta por el agua han
permitido que vuelvan a enfrentarse comunidades y municipios.
Amigos,
queda por hacer bastante más de lo que parece. El legado post-franquista es
insondable. Fijémonos sólo en uno de esos ámbitos de “interés general”. Un
porcentaje excesivo de la población sigue dejándose la inteligencia crítica y los
modales en un cajón de casa, cuando va al fútbol y cuando ve los programas que
comentan la liga –de fútbol– igual que si fuera Gran Hermano. Lamentable pero inmensamente “conveniente”.
Debe
de ser esa misma anulación selectiva de juicio y de sensibilidad cívica la que
los políticos detectan y fomentan en todos nosotros, y de la cual se aprovechan,
ya no sólo en campaña electoral. Tan desmemoriados y tan estultos nos ven que a
lo mejor lo somos, ya que lo consentimos; de ahí las promesas imposibles de
cumplir, la reanudación de las obras públicas estancadas, las bajadas de
impuestos pre-electorales, etc.
Venga,
vamos a sincerarnos. Yo creo que a los españoles nos va ese rollo de los bandos
y los abanderados. ¡Qué bien se está apretujado con los tuyos –en una asamblea, en un mítin o en el sofá– mientras los candidatos
se desgañitan ahí delante diciendo chabacanerías y pamplinas, más o menos
serias, y echando la culpa de todo siempre a los otros! Eso reconforta un
montón y hace que entren ganas de votarles otra vez. Lo de menos es que hayan recortado
hasta el oxígeno medicinal de la abuela. ¿A que sí? Catárticas campañas
electorales...
Loquillo interpreta La Mala Reputación (Georges Brassens, 1952) |