Huérfanos de la Belleza (III)
Historias y músicas de cine
Colaboración
para la revista Zambra Digital – I.E.S. Justo Millán. Hellín
Rodaje de Spartacus. Stanley Kubrick (1960). Enlaza con The Guardian film section (2009) |
Empezaré
atenuando el dramatismo del encabezamiento porque me atrevería a firmar que, igual que
la energía, la belleza ni se crea ni se destruye. Los humanos, si acaso, podemos
reconocerla y recrearla con más o menos brillantez; y podemos –y solemos– modificar
nuestra sensibilidad al percibir y al tratar de recrear no sólo la belleza
natural sino también nuestros artefactos culturales.
Cíclicamente,
el cambio –en el sentido heraclíteo–
nos conduce a adoptar o a descartar principios estéticos, estilos y tendencias, las llaman ahora.
Adoptamos, abandonamos, transformamos y universalizamos
estilos y modas, aún sin tener consensuada una definición unánime de belleza.
Pero
la belleza no muere, no. Lo que sí hacemos periódicamente es dejar que la
sensibilidad y las obras de arte de otros tiempos se desvanezcan por el olvido. Incluso
hay épocas en las que el conocimiento humanístico queda postergado por las leyes
educativas, mientras que el dedo de la industria y la mercadotecnia nos bambolea
como a huecos tentetiesos cada cuarto de hora.
Hoy
esa clase de progreso, orquestado al
compás febril de las modas, se apoya en las omnipresentes tecnologías de la
comunicación. Con ellas los filtros de la belleza –la autoridad, la calidad, el
buen gusto, la oportunidad o la pertinencia– han adelgazado hasta magnitudes
microscópicas. En nuestra civilización lo más apreciado ya no es lo mejor,
artística o técnicamente, sino lo más lucrativo y lo más inmediato.
De
lo antiguo, de lo clásico, de lo viejo
ni hablamos. Para muchos jóvenes, no todos, cualquier obra anterior a su fecha
de nacimiento es “prehistórica” (me han llegado a decir) aunque, en honor a la verdad, ellos no tienen
la culpa de aquello en lo que los mayores los maleducamos. Las personas deberíamos conducir el cambio y el progreso, y no al contrario. Para eso
sirve la Educación.
Maureen O'Hara y John Wayne en un fotograma de The Quiet Man. John Ford (1952). Enlaza con la escena del pub en Youtube |
Por
fin, nos encontramos en el punto al que yo quería llegar. El cine –no sólo el clásico, por lo que compruebo entre nuestros
estudiantes– está convirtiéndose en un arte ajeno para la mayoría de ellos.
Ojalá la industria del cine, el arte
total de nuestro tiempo, encuentre los formatos y las plataformas que
vuelvan a asegurarle el interés del público y la rentabilidad de otras épocas. Pero
dudo mucho que vuelva a ser la industria de artistas y artesanos que fue, con
la repercusión social que tuvo.
Hubo
un tiempo en el que Hollywood produjo obras de arte arriesgadas e irrepetibles.
Hubo actores, directores, escritores y productores que se atrevieron a enfrentarse
a su Gobierno en defensa de los derechos civiles que atropellaba; profesionales
que o acabaron en la lista negra del senador McCarthy o se señalaron por no
delatar a sus colegas. Aquellos artistas, y productores, hicieron películas con
mensajes comprometidos, incómodos, perdurables. E hicieron Arte, con mayúsculas, porque recrearon belleza.
Aquellas
historias difundieron ideas revolucionarias
–de pura justicia social– como el valor inmaterial de las personas y los sentimientos,
el valor relativo de la riqueza, la dignidad y la igualdad de los desclasados,
la libertad de conciencia, la necesidad de enfrentarse a la corrupción y a los
abusos de autoridad, el anti-militarismo, etc. Y, por supuesto, la dirección, los repartos, la
fotografía, la escenografía, el vestuario, la narración y las bandas sonoras habían
de ser… “De cine”. En el siglo XX, la expresión llegó a emplearse como sinónimo
de “bello”.
Un
ejemplo muy claro empezó con la novela Spartacus (1951), de Howard Fast,
que tras vender 40.000 ejemplares llegó a ser prohibida y retirada de las
bibliotecas públicas norteamericanas. Años después, Kirk Douglas convenció a la
Universal Pictures para rodar la
película y forzó la inclusión en los títulos de crédito de Dalton Trumbo, el
guionista perseguido por el macarthismo que había hecho la adaptación de la
novela. La película fue un éxito rotundo, obtuvo cuatro Oscars, entre otros premios, y acabó con la lista negra.
De
las bandas sonoras de aquellas películas qué voy a decir. Cualquier oído
paciente y sensible siempre apreciará su belleza y romanticismo. La banda sonora
de Alex North para Espartaco, de Stanley Kubrick, contiene pasajes que fluyen
entre la lírica, la épica y el drama con una elegancia impecable. Y aún, permitid
que introduzca un contraste: la banda sonora de otra gran historia, más costumbrista,
El
hombre tranquilo de John Ford. Con ella, Victor Young recrea airs y jigs tradicionales para sublimar el homenaje magistral de Ford a la
vieja Irlanda de sus antepasados.
Os
invito a escuchar estas dos piezas y después, si queréis, las bandas sonoras
íntegras (están en Spotify). Pero no os perdáis la experiencia total de ver estos
dos peliculones, esta misma semana. Hoy en día es fácil, posiblemente
demasiado.
Love Theme from Spartacus, compuesta por Alex North para la banda sonora.
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The Isle of Innisfree, compuesta por Richard Farrelly (1949).
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