Apuntes de castellano, educación, sanidad y política peninsular (IV)
(Continúa)
Repasaré, más o menos cronológicamente, varias señales que no fueron tomadas en consideración.
El día 31 de diciembre de 2019, el Gobierno de la
República Popular de China informó a la OMS sobre el brote de COVID-19 (COronaVIrus Disease) localizado en Wuhan.
Inmediatamente China emprendió la construcción de dos hospitales para tratar a la
población infectada. Viniendo de una potencia tan hermética, y fábrica del
planeta, el asunto debía dar que pensar.
Se sabía que la globalización traería la epidemia
convertida en pandemia tarde o temprano. Sin embargo, en los pasos fronterizos de
los aeropuertos y puertos españoles, los pasajeros y las mercancías continuaron
yendo y viniendo del extranjero, China incluida, sin control de la Policía
Nacional ni del Ministerio de Sanidad. Como sabes, en España “controlar” connota
“reprimir”.
Es de suponer que, por esa razón, tanto autoridades
como instituciones no gubernamentales animaron a la población española a
participar en las marchas del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Antes se había permitido que miles de forofos siguieran a sus
equipos deportivos al Norte de Italia –el foco principal de la pandemia en
Europa– y a otras ciudades; y después se
permitió que 240 tifosi, que viajaron
por su cuenta y riesgo, transitaran libremente por las calles de Valencia mientras
se jugaba a puerta cerrada el partido de Champions League Valencia C.F.-Atalanta
Bergamo Calcio del día 9 de marzo. No pasaba nada, excepto el esperpento.
Entretanto, buena parte de la población siguió
tosiendo y estornudando como sabía –en estéreo surround (envolvente) y en las manos– y muchos siguieron
arrimándose a los acompañantes casi íntimamente; hasta que el día 14 de marzo
se empezaron a difundir las recomendaciones básicas de higiene personal y de salud
que ya hemos aprendido y casi toda la población practicamos.
Hoy, los pasos fronterizos exteriores y los
interiores del espacio Schengen están controlados por fin, gracias a que el mundo
entero se ha adelantado a prohibirnos el acceso y cerrarnos las fronteras; una precaución
esencial, que nos han impuesto desde fuera. Felicito a esos países. El nuestro
es ahora uno de los más infecciosos.
La inmensa mayoría de la población estamos confinados
en casa, observando las instrucciones recibidas, aunque queden contumaces,
descerebrados, irresponsables o qué sé yo que creen que no pasa nada por salir
a hacer deporte o por viajar a su segunda residencia para pasar el fin de
semana. En honor a la verdad, también hay miembros del Ejecutivo que no han dado
ejemplo.
El acúmulo de negligencias y torpezas es demasiado extenso
para no preocuparnos y sentirnos totalmente protegidos, como ha pedido el
Gobierno. “La ciencia”, como dice el Presidente, puede haber actuado bien, ya
se verá. Pero es obvio que nuestros gobernantes no reaccionan a tiempo. La
estela sinérgica de los gobiernos de Zapatero y de Rajoy es alargada, como la
sombra del ciprés.
La soberbia también juega su papel. Seguramente se creían
que nuestro modélico, y universal, sistema
sanitario haría frente a cuanto viniese. Posiblemente habría sido así de
haberse adoptado una serie de medidas graves e impopulares, pero necesarias; la
primera de las cuales, en pura lógica, era controlar los movimientos y el
estado de salud de los residentes y de los viajeros.
La suerte está echada. Las pérdidas humanas y los
sacrificios serán terribles para muchos conciudadanos. Ha llegado la hora de asimilar
que la libertad, que tan cara vendemos los españoles, no vale nada sin el
sentido del deber y de la responsabilidad, y sin la aceptación de los
sacrificios que exijan las circunstancias. Esa es la lección que hemos de aprender.
Por lo que se refiere a la nación, el coronavirus debe
sentarle bien al carácter ibérico. Nuestra sociedad tiene que recobrar las
cualidades y los valores abandonados en su errático rumbo, entre el progreso y
el regreso; entre el sueño democrático, a veces quimérico, y el eterno retorno
al conflicto entre las Españas. Las cosas que se dicen y se hacen importan, traen
consecuencias.
Me gustaría pensar que, al acabar, este trance
habrá dejado huella en todos nosotros. Me gustaría pensar que la actitud de los
fatalistas, irreflexivos o irresponsables del “eso es así” y del “no pasa nada”
habrá quedado herida de muerte. Tenemos que responsabilizarnos más y no podemos
fiar el bienestar y la seguridad a la clase política y a los sucesivos
gobiernos en precario.
La globalización y la macro-economía, conceptos que
solo sirven al neoliberalismo capitalista, no pueden ser las prioridades y las
excusas para no hacer nada. La buena educación y la Educación, la investigación
científica, la Sanidad y el sector agroalimentario, que nos están salvando la
vida, son bienes comunes sagrados y no pueden continuar siendo arrastrados por
la arena del circo político.
Ojalá salgamos mejor parados de esta guerra vírica
que de la guerra civil-dictadura-transición, que se prolonga 80 largos años.
¿No es hora ya de pelear y trabajar juntos?
Si la política regresara a la trifulca permanente y
a la mono-distracción paralizante de la Generalitat independentista de
Cataluña, si volviésemos a nuestros grandes o pequeños egoísmos incívicos, si
volviésemos a nuestras vidas llenas de cosas de caducidad inmediata, como si
nada hubiese pasado; creo que entonces desearía fervientemente solicitar la
nacionalidad nepalí.
Que Dios reparta suerte (1983) |