ESPAÑA – UNIÓN EUROPEA: ¿A QUÉ COÑO VENÍA OTRA HUELGA GENERAL?
Dedico la entrada a los que creen que la huelga general no sirve para nada útil, aunque tal vez no les falte su punto de razón. Yo mismo no sé lo que haría si hubiese una tercera. Pero hablemos de si hay motivos o no. Amigos míos –de derechas, de izquierdas o de lo que seáis–, después de cumplir cada uno con sus deberes laborales, sociales, etc.; qué otra acción no violenta queda sino gritar, desesperada y directamente, a los tímpanos de aquellos que sí tienen el deber y el poder para hacer cosas útiles por el pueblo al que representan. Cómo si no conseguir que los políticos hagan lo que les corresponde hacer, que es dialogar, pactar decisiones y solucionar problemas. ¿Promoviendo más los suicidios, porque parece que así se consigue que los dos principales partidos políticos del país dejen de insultarse sistemáticamente y se sienten a hablar? Obviamente, no.
“El país no está para huelgas. Lo que hay que hacer es arrimar el hombro”, he oído decir a más de un político de esos que cobran varios sueldos o que pertenecen a instituciones inoperantes y obsoletas. “La huelga es una falta de respeto hacia los parados”, he oído comentar a personas que defienden el despido libre. “Una huelga no aporta ninguna solución para salir de la crisis”, piensan muchos de los que nos han metido a todos en ella por obra u omisión. “Está muy bien que los funcionarios trabajen más y que se les baje el sueldo. Total, lo público es deficitario”, han llegado a decir, más o menos literalmente, banqueros y empresarios que especularon con el suelo, enladrillaron ciudades y espacios naturales y se enriquecieron a sí mismos –no a su ciudad ni a su región ni al país, sino a ellos y sólo a ellos– en los años del pelotazo; beneficiándose al mismo tiempo del amparo de un estado de derecho, aunque a menudo dudo de él, y de unas infraestructuras y unos servicios públicos.
Qué insensatos somos los que hemos apoyado la
Huelga General del día 29 de marzo y la Huelga General de ayer, día 14 de
noviembre, ¿no? Lo cierto es que es fácil creérselo, cuando tanta gente “seria”
te lo repite y, sobre todo, cuando uno mismo ha sido siempre más partidario de
una huelga de celo indefinida si de lo que se trata es de encontrar un modelo
productivo eficaz, que incentive a los buenos trabajadores y que deje con el
culo al aire a los caraduras, a los vagos y a los malos jefes, donde los haya.
Pero no, amigos. Lo que sucede es que inquieta que el pueblo, la masa
trabajadora –hace tiempo que se evita esta expresión, pero eso es exactamente
lo que seguimos siendo para las élites– tenga opinión, que se una y que
proteste ante la injusticia. Eso quiere decir que el sistema, basado en
adormecer las conciencias mediante la falacia igualitaria del consumismo, puede
fallar. La pena es que no seamos capaces de comunicar bien cuáles son las
causas y cuáles los efectos para tapar la boca a los que nos han llamado
insensatos.
Parece, por lo que explican incluso los líderes
sindicales, que una huelga general es solamente la contestación a una reforma
laboral o a la desesperación natural de los trabajadores. Y es evidente que esos
son los desencadenantes de la consecuente huelga. “Consecuente” porque hasta el
propio Presidente del Gobierno anunció la primera como inevitable; entraba en
los cálculos. Ahora bien, cuál es la razón por la que trabajadores como yo,
bastante opuestos a la modalidad española de sindicalismo, defendamos la
necesidad imperiosa de que nos unamos de una vez y nos plantemos frente al
sistema. Y explicaré qué es para mí eso del sistema: el liberalismo
descontrolado que se escuda impúdicamente detrás de la palabra “democracia”.
Preguntaba cuál era la razón aunque creo que ya he contestado. La razón es este sistema que
propugna la ausencia de reglas según para quién o, lo que es igual, la ley del más
fuerte, como en la jungla; la ley de quien gaste menos escrúpulos con tal de
conservar el poder o de conseguir más dinero.
En esta bochornosa y bien cacareada economía
global se acaparan, por ejemplo, las cosechas de alimentos básicos del futuro a
precios actuales para, luego, multiplicar su valor artificialmente antes de
venderlos aunque sea a la región más pobre del planeta. Traslademos esta pauta
a la industria del armamento, a la industria farmacéutica, al sector de la
construcción y de los servicios y al de la economía financiera, la economía
virtual que, sin embargo, ha provocado efectos tan devastadores y tan reales,
etc. Pues bien, así hemos sido agredidos los ciudadanos corrientes, los trabajadores,
por los mismos que ahora exigen que arrimemos el hombro más y más y más.
Mientras tanto, a todos esos sinvergüenzas sin escrúpulos, a los especuladores
de la banca y de la burbuja inmobiliaria, a los enriquecidos del pelotazo, a
los delincuentes financieros, que estafan a su entidad y a la clientela y aún
siguen cobrando sus sueldos indecentes o que, si acaso son condenados, cumplen
penas de unos pocos años y luego se reinsertan en la sociedad disfrutando de
los millones que desviaron, a los “profesionales” de la economía sumergida y de
la contabilidad en “B”, … ¿Quién les exige a esos no ya que devuelvan lo que se
apropiaron sino que arrimen el hombro ahora?
Por cierto, aclararé que cuando hablo de
ciudadanos corrientes no hablo sólo de los trabajadores asalariados sino
también de los pequeños y medianos empresarios, aunque a buena parte de estos
les guste considerarse del otro lado, como si el liberalismo y la desregulación
que propugnan los partidos conservadores les hiciesen algún favor. Esos
partidos, en la práctica –nunca de palabra, claro– han defendido y defenderán
hasta la muerte los intereses del gran capital: las grandes multinacionales,
las grandes corporaciones, los lobbies y
los lobos feroces de la bolsa. A propósito de lo cual, ahora introduciré una
anti-aclaración. ¿En qué consistió entonces el llamado milagro económico
español, aquel milagro tan ecuménico que no ha dejado ni un céntimo de riqueza
en el país? ¿No se produjo en la época en que se vendieron las empresas
públicas del Estado español a amigos y a familiares y en la que llovían los
fondos de cohesión europeos? Ojalá los caminos del Señor fuesen un poco menos
inescrutables.
Si todavía alguien se preguntase o afirmase a qué coño venía otra huelga general, yo le diría que venir, venía y que no venía a uno sino a varios y muy gordos (coños). La huelga es lo más suave que, dada la coyuntura, podíamos hacer los trabajadores. No es lo único y no es lo más eficaz, pero es el principio de todo lo que aún queda por defender y por hacer, por nosotros y por nuestros congéneres, entre los que se encuentran los parados y las generaciones más jóvenes. Las Huelgas Generales del 29 de marzo y del 14 de noviembre de 2012 han sido protestas justas y legítimas que no se han olvidado de los parados, ni de los que ya están ni de todos cuantos aún llegarán a estar; que no son la solución sino momentos fulminantes para tantas otras cosas que hay que hacer a partir de ahora; que han encauzado la voz de todos los que, en huelga o no, se están cansando de pagar siempre: en época de bonanza, mientras algunos se enriquecen, para que el país sea competitivo y, en época de crisis, cuando nadie sabe a dónde han ido a parar aquellos beneficios, para sacar al país de la crisis.
Las soluciones de verdad, las que empiezan por
hacer justicia, están al alcance de las manos –unas veces atadas, otras veces
cobardes, muchas veces sucias– de nuestros políticos y sindicalistas y de
nuestros tribunales. Pero los presuntos representantes del pueblo en las
decenas de cámaras, órganos y parlamentos –esa es otra– no las van a abordar “por
las buenas”. Y los magistrados no imparten justicia necesariamente, aplican leyes. Debemos
plantarnos unidos y darles el empujón que necesitan. Somos la inmensa mayoría,
de derechas o de izquierdas, en este país. Somos los que trabajamos y somos
despedidos; somos los que siempre pagamos nuestros impuestos; somos los que
tenemos que ser buenos y consumir para que la economía crezca, aunque nos bajen
los sueldos; somos el verdadero motor del país, con superávit y con déficit. Y,
para colmo, por ir a la huelga somos los irresponsables en este país de pillos
gloriosos, pan y fútbol. Qué honor, lo somos todo en España. ¡Pues entonces QUE
NOS ESCUCHEN y QUE NOS DEFIENDAN de una puñetera vez!
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