Don Quijote y las metamorfosis de una mosca común
En este Día del Libro de 2015, por serlo y por celebrarlo un rato, propongo una fábula sobre la ambición desmedida, quizás una suerte de envidia, que cierto personaje utiliza como argumento dialéctico.
Os pondré en situación. Mi don Quijote apócrifo, casi por arte de magia y a instancias de su propio cronista, es convocado a las Cortes de la Lengua en Toledo. En ellas, el caballero andante toma parte imparcial y juiciosa en un desquiciante y sesgado debate sobre las lenguas del Imperio que, aunque me esté mal decirlo, os recomiendo leer.
El biógrafo ficticio de don Quijote, dolido por la utilización que Miguel de Cervantes hace de él, desea desquitarse proporcionando al caballero otra acción mucho más honrosa y que sirva de alternativa al notorio capítulo XXIII de la segunda parte de Don Quijote de La Mancha, que el mismo Cervantes presenta como apócrifo por lo fabuloso de su contenido. Con ese propósito, Cide Hamete Benengeli escribe el capítulo XXIII-b, titulado De la prodigiosa aventura, reservada para sí mesmo, por la que don Quijote fue llevado en volandas de la Cueva de Montesinos a Las Cortes de la Lengua, en las que tomó parte imparcial y juiciosa.
La fábula de Las metamorfosis de una mosca común forma parte de Vigilia fantástica y Apócrifo de Benengeli (Ediciones de la Diputación de Albacete – Colección de Narrativa. I.S.B.N.: 84-86919-40-1).
(…) Y, si tenéismelo a bien, soy yo ahora el que quisiera contaros la
historia de cómo una mosca común llegó a morirse de envidia después de
transformarse sucesivamente en luciérnaga, abejorro, libélula, vencejo y águila
real.
Había una vez una mosca común nada conforme con su condición,
recientemente descubierta. Sí, lo de revolotear entre los animales superiores
molestándolos y escarbando en sus heces le privaba, pero a poco que detuviérase
a miralla bien su labor parecíale el cuento de nunca acabar más que una
estrella digna, como si ella fuera la esforzada Sísifo de los dípteros.
<<¿Es que no acábase nunca la porquería?>>, desesperaba. En
absoluto era una mala mosca común; era bastante rápida, era considerablemente
molesta y gozaba de lo lindo explorando las boñigas de vaca, que son las más
suculentas. Ahora bien, qué era toda aquella abundancia comparada con la gaiezza de los devaneos nocturnos de las
luciérnagas, precedidas por su halo resplandeciente.
A las dos horas escasas, este pensamiento, que en los insectos tiene lugar
de una forma muy básica, habíase convertido en una verdadera obsesión que no
dejábala disfrutar siquiera de las deliciosas cagarrutas de cabra montesa. Caía
la tarde, todavía calurosa, y en su vuelo furibundo zumbó: <<¡Quiero ser
luciérnaga!>>
Aunque parezca cosa de fantasía, de todo punto imposible y por lo
tanto increíble, la Madre Naturaleza resolvió conceder el deseo, que más que a
deseo sonaba a exigencia, pero resolvió concedello a título ejemplarizante para
todos los demás miembros de los tres reinos, el animal, el vegetal e, incluso,
el mineral por si acaso. De modo que transigió eliminando los trámites
habituales para las metamorfosis, o sea: la solicitud del huevo para ser larva,
el paso inexcusable de larva a crisálida y por fin la eclosión a una nueva
vida.
<<¡Esto es pasmoso! ¡Qué abdomen tan bello e abbagliarante tengo ahora! ¡Y qué bien veo todas las cosas
a las que me acerco! ¡Venga a mí la noche!>>
Para esta inquieta aventurera de la noche, que describió mil y un
arabescos de luz en la oscuridad, la experiencia no estuvo mal aunque de nada
serviríale ser luciérnaga cuando saliera el sol. Con los primeros albores
reparó en la futilidad de ser luciérnaga por el día: <<Lo mejor sería ser
abejorro. No hay otro insecto más zumbón>>.
Oír y obedecer fue la actuación del gobierno de la Naturaleza, que de
nuevo puso en práctica su política de excepción, sin trámites. El bisoño
abejorro dedicó la primera hora de existencia a intentar posarse sobre las
flores más llamativas, pero todos los intentos fracasaban pues ninguna
florecilla soportaba un peso tan pesado y, enseguida, los tallos cedían y
despedían al huésped con una inclinación de cortesía.
<<¡¿Qué nuevo castigo he de sufrir ahora?! No estoy dispuesto a
libar en vuelo. Preferiría poder posarme en las violetas y en las manzanillas y
en las campanillas... Esto otro es un disparate agotador. Si al menos fuera
libélula, que es más ligera>>.
Dicho y hecho. La vida del abejorro fue brevísima e inmediatamente dio
paso a la de flamante libélula. <<Creo que a las libélulas prívanos vivir
en las riberas de los ríos. Buscaré uno>>, se propuso. Y dirigióse
vaguada abajo. Pronto descubrió un arroyo rápido. Lo siguió y al instante
encontróse en un sombreado remanso, cubierto por las encinas y los arces, y
cercado por unos tupidos zarzales. Sin duda tratábase del paraíso que buscaba y
en el que desde luego haría tan bonito su color azul brillante al atravesar los
haces de luz filtrados sucesivamente por el follaje y el agua. Sería la dueña y
señora del remanso, donde abundaban las arañas de agua y... <<¡qué
fatalidad!>>, los vencejos con pichoncitos hambrientos.
<<¡Qué espanto!>> Aquí venía uno con su cónico pico bien
abierto y preparado para cerrarse al menor contacto con su nuevo y alargado
talle. <<¡Quiero ser gavilán, quiero ser gavilán!>>.
Esa transformación no era tan simple como las anteriores. Una cosa era
transformarse en otro insecto, pero esta otra petición era demasiado compleja
de materializar pues que suponía una mudanza de especie, familia, orden y clase
de ser animado. No pudo ser. Habíanse de hacer las cosas paulatinamente,
determinó la sabia Naturaleza y, después de una persecución extenuante, oyó
gorjear al vencejo que la perseguía: <<¡Perdona, comadre! Te había tomado
por una libélula. ¿Te lo puedes creer?>> Y el que ahora era su congénere
rectificó la trayectoria y volvióse al nido con sus hijuelos.
<<¡¿Comadre yo de ésa?!>>, protestó indignado el pájaro de
nuevo cuño. <<¡Yo quería ser gavilán por devolvelle el susto! En fin,
cuando menos he salvado las membranas... quiero decir las plumas. No está mal
esto de ser vencejo. Soy rápida y aunque gustaba más de ser insecto probaré la
vida de ave>>.
Lo bueno de vivir en un remanso cubierto de fronda es que a mediodía
el frescor del arroyo os permite mantener plena la vitalidad, pero esto puédese
volver contra vos en cualquier momento porque los vencejos macho pueden
requeriros para los goces amatorios previos a la fundación de un nido de
ovíparos. Pero si, como hembra, además hay que soportar los alardes de los
aspirantes al puesto de cónyuge, el asunto puede derivar en una situación
insufrible. Y esto ocurrió a la primeriza hembra de vencejo con dos vencejos
muy gallardos; ansí que, como tenía muy claras las ideas suyas, creyó resolver
la disputa cantándoles las cuarenta: <<Mirad, pollos. No estoy por la
labor en este asunto. Buscáos a otra, yo me largo>>.
Ninguno de los dos rivales dejóse intimidar. Siguiéronla afuera del
recinto húmedo, donde el sol tenía reseca a toda la vida vegetal de una
descomunal pared de roca. La visión de un escenario tan gigantesco abrióle los
ojos a la entonces hembra de vencejo y, mientras se zafaba de la contienda,
formuló una vez más aquello que, creía, sería su solaz: <<¡Qué harta
estoy ya de todas estas minucias! Quiero vivir a lo grande y abandonar este
jaleo. ¡Seré águila real!>>.
Siendo éste su último trino o lo que quiera que fuese lo que
sirviérale de lenguaje, pues ya no se sabía bien, la Naturaleza, empezando a
impacientarse por ver hasta dónde quería llegar la envidiosa e insatisfecha
criatura, sentenció: <<Sea tu transformación definitiva>>; pues, en
realidad, no hay otro ser del aire por encima de un águila, ya sea en vuelo ya
sea en la jerarquía de honor de la avifauna.
La metamorfosis fue instantánea y el primer movimiento del águila
advenediza fue magnífico. De una pirouette
con picado rapidísima se colocó a la cola de los dos pajarillos, atrapándolos
de una vez con el pico. El gusto de almizcle del plumaje, el crujido de los
tiernos huesecillos y los humores de las vísceras reventadas le produjeron una
sensación para la que no estaba preparada un águila con su ascendiente.
Expulsólos en el acto. Cayeron uno inerte y el otro aleteando aturdido pero sin
rasguños.
Para recuperarse un poco, buscó una buena percha en la pared de la
garganta de su arroyo. A estas alturas había algo que echaba de menos, aunque
no recordara qué. Tenía un recuerdo impreciso de cierta afición que,
seguramente, debía ser un capricho antinatural para sus pares, las nobles
rapaces diurnas de las cumbres, pero que se le figuraba muchísimo mejor que un
bocado de cabritillo. Mas, ¿dónde buscallo?
Por fin decidió abandonarse al impulso de su excentricidad:
<<Acudiré adonde otras aves y animalillos no paran de hacer en pos de su
regocijo. ¡Con qué frescura y con qué poco escrúpulo benefícianse esas otras
especies más bajas de un trabajo ya consumado por otros! Vamos allá, yo siempre
podré regresar con los míos cuando me plazca>>. Y diose impulso en el
aire.
Voló con gran elegancia. Nadie habría puesto en tela de juicio su
alcurnia. Muy poco después aterrizó delante de un gran pastel de desechos
humanos: <<¡Qué placer tan vulgar y exquisito de una vez!>>. La
aristócrata de las alturas entregóse a una conducta que no lograba reconocer
pero que resultábale simplemente délicieuse.
De esta forma, el cazador furtivo que había tendido allí la involuntaria trampa
aprovechóse del desconocido desdoblamiento de la psique de la majestuosa ave.
Acercósele por detrás extremando el sigilo y, asestándole un golpe mortal con
la cureña de la ballesta, no pudo sino vanagloriarse de su doble gesta:
<<Vas a ser la única águila coprofágica de la taxidermia mundial>>.
Y ansí es como fue.
Metamorphosis. By Kazuhiko Nakamura |
No hay comentarios:
Publicar un comentario
acertado, entretenido, interesante, útil