EUROPA A LA CHINA (2). ¿Europa a la china? No, gracias
La última cena. Zeng Fanzhi (2001) |
Qué hacer entonces, decíamos. En España, por ejemplo,
arreglamos el país en los bares o echando un pitillito en la puerta del
trabajo; y la fuerza, que se ha escapado por la boca, nos falla a la hora de
actuar cuando y donde toca. El día 25 de mayo de 2014, día de las Elecciones
Europeas, tocó. Conforme al pronóstico, las urnas no concitaron tanto interés
como El Mundial de Brasil. Contra pronóstico, en cambio, el diezmado
electorado español y europeo dio un aviso peligroso –dicen los expertos–
pero muy oportuno porque logró cosas inauditas, desde dimisiones de altos
cargos políticos hasta burdas descalificaciones –frikis (literalmente), populistas (a modo de insulto, contra la
definición del DRAE), utópicos,
etc.– dirigidas a los nuevos parlamentarios electos de Podemos. Ningún político ni ningún periodista se había atrevido
antes a descalificar con tan poco recato a un adversario.
El día 25 de enero de 2015, hace dos días, les tocó a los
griegos. ¿Qué hicieron? Dar el mandato de gobernar a Syriza, el partido hermano de Podemos.
Quizá sea porque no sé griego, pero todavía no he oído a nadie descalificar ni
a Alexis Tsipras ni a su partido. La desesperación griega no es comparable a la
española, hay que admitirlo, y a partir de este momento habrá que ver cuánto
consigue el nuevo gobierno. Pero, como español, espero que cunda el ejemplo
entre nosotros. Me explico. Nos guste o no el resultado de esas elecciones,
Grecia nos ha vuelto a dar una lección simple de democracia. Grecia ha dicho: lo
que no funciona hay que cambiarlo.
Regreso a España. En aquellos días post-electorales de
mayo de 2014, se habló mucho de lo correcto y de lo incorrecto. Ser “popular”, evidentemente, era y es correcto aunque implique la
mayor inexactitud de las siglas y del ideario de un partido político. Y ser “socialista” o de izquierdas era y es
algo que viene dado por un carné y que, por tanto, puede que no todos los
afiliados tengan claro que hace falta demostrar con cada acción cuando se ocupa
un cargo público. Por el contrario, ser “populista”
era y es entendido como ser chavista
en Venezuela o peronista en
Argentina. Esa es la capa de desprestigio con la que los partidos consolidados
se apresuraron a imprimar las letras de Podemos,
un partido que surge de la desesperación del pueblo y que se nutre de él –sin
aparato, barones, compromisos financieros, etc.– todavía.
El hecho de que esos nuevos partidos en auge resulten amenazantes
para el Partido Popular –que trabaja para el 1% del pueblo, aunque le vota
fielmente una cuarta parte del electorado– me parece normal. Esa fidelidad de
voto incondicional, cumpla o incumpla el programa electoral, lo mantiene ya en
el gobierno ya en la oposición; y cuando el voto crítico de la izquierda se
disgrega, obtiene la victoria. Ahora bien, que los partidos de izquierdas no
quieran ni sentarse a hablar con esos otros que claman, como ellos, por la
Europa de los pueblos y en contra de la Europa de los mercaderes… Que el
cálculo electoral y los entresijos de la jerarquía del partido determinen hasta
ese punto a los políticos con –supuesta– conciencia social es imperdonable. ¿Será
esa la razón primordial por la que el PSOE no remonta en la intención de voto?
Si esas son las cosas que trae el bipartidismo, je l’emmerde (que me suena mejor que lo que
diría en español). Dicen que el bipartidismo asegura la estabilidad. Y digo yo:
¿la de quién? El bipartidismo que sirve sólo para perpetuar a los jerarcas en sus
puestos y para politizar y enfrentar a la gente por bloques ideológicos, no nos
sirve. Los políticos que no dialogan –con respeto, prescindiendo de la
dialéctica de la bronca y del insulto– y no negocian ni pactan nunca, nada, no
nos sirven. Cuando la vida política se ha convertido en campo abonado para el
chantaje financiero y, por tanto, para la corrupción y para el incumplimiento
de los programas electorales, no nos sirve. Y si, por eso, la clase política se
ha convertido en el escudo legitimador de los poderes fácticos y demuestra
mejor disposición a conceder al capital sus exigencias implacables que a
atender las necesidades de los ciudadanos, ¡no nos sirve!
En España se habla mucho de la refundación de nuestra
democracia, de la reforma de la Constitución. Bla, bla, bla... Creo que en este momento habría que hablar muy
seriamente de la refundación de la Unión Europea. Europa saldrá de la crisis,
claro que sí, pero lleva camino de salir a la manera de China o de Rusia, donde
sólo los ricos disfrutan de la prosperidad. A las élites dominantes de hoy poco
les importan los símbolos y las ideologías mientras contribuyan a sus fines. La
prueba es que el comunismo capitalista chino o el capitalismo nacionalista
post-soviético obran resultados.
El modelo productivo de ciertas potencias es envidiable: regiones superpobladas, con
muchas decenas o con cientos de millones de habitantes dispuestos a
intercambiar jornadas laborales de 16 horas por unas pocas monedas, en
condiciones sanitarias pésimas, sin medidas básicas de seguridad y donde, si
hace falta, cualquier trabajador se matará por hacer el turno de noche si no
tiene dónde pasarla. Con tal oferta de "perspectivas de crecimiento",
cómo no hacer negocios con cualquier país no democrático. Lo que importa de una
economía –antes se decía "país"– es la producción a costes mínimos y
el consumo a la máxima escala. Lo que menos importa es si garantiza o no los
derechos humanos, el bienestar social o unos servicios públicos básicos. Eso es
la “competitividad”.
Esa clase de competitividad
brutal a la china, a la coreana o a la india, que se había desterrado en
Europa, es la que parecen añorar los "ideólogos" del crecimiento
económico; la competitividad que, según se nos quiere hacer creer, ha sido aniquilada por el “estado del bienestar”. Durante décadas los europeos hemos
disfrutado de un periodo sin guerras, exceptuando las de Los Balcanes, en el
que se han garantizado derechos razonables, libertades fundamentales y
servicios públicos suficientes para facilitar el desarrollo y el bienestar
físico y moral de los ciudadanos, o trabajadores/consumidores. Así que ahora
debemos creernos que la culpa de la situación crítica actual es del exceso de
bienestar y callar. Entretanto, los altos responsables de la pésima gestión del
capital económico, tecnológico y humano de la Unión Europea ni tienen culpa
alguna ni rinden cuentas ante nadie, por lo menos no ante las instituciones
públicas democráticas.
A trabajar en formación |
Hora del descanso |
No hace falta pensarlo mucho. Al 99% de los europeos no nos
conviene una Europa de los multimillonarios y de su clientela. Pero vamos a
tener que gritarlo hasta la afonía. Los dos grandes bloques políticos del
continente sólo dan tibias respuestas que no indican que vayan a actuar en
defensa de sus pueblos semi-soberanos. Hoy más que nunca, la clase política
está obligada a demostrar que no constituye el “cortafuegos” de la oligarquía y
que está con la gente. Debe hacerlo o seremos la gente la que tengamos que
actuar en nuestro propio nombre. Mientras no lo haga, no tiene ninguna
autoridad para denostar esas alternativas políticas cuya
virtud estriba en que denuncian, con total legitimidad, la solución que unos
pocos han planeado para toda Europa y que se inspira en las economías
emergentes y en potencias emergidas tan ambiguas como China o Rusia.
Pensándolo con más detenimiento, a la Civilización Occidental tampoco le conviene someterse al deshumanizado gobierno de los mercados. Pese a los acontecimientos históricos más execrables, Occidente se ha definido, se ha diferenciado de otras civilizaciones y ha sobresalido por el humanismo. La idea de que cada hombre y cada mujer importan y el reconocimiento de que todo ser humano tiene derechos iguales e inalienables –sin ser necesariamente descendiente de reyes, rico o burócrata del Partido– no deben ser barridos ahora por los algoritmos financieros.
Pensándolo con más detenimiento, a la Civilización Occidental tampoco le conviene someterse al deshumanizado gobierno de los mercados. Pese a los acontecimientos históricos más execrables, Occidente se ha definido, se ha diferenciado de otras civilizaciones y ha sobresalido por el humanismo. La idea de que cada hombre y cada mujer importan y el reconocimiento de que todo ser humano tiene derechos iguales e inalienables –sin ser necesariamente descendiente de reyes, rico o burócrata del Partido– no deben ser barridos ahora por los algoritmos financieros.
Aunque iniciase estas líneas parafraseando a Dickens, no
puedo sustraerme a celebrar la agudeza poética del Mercader de Venecia, de
William Shakespeare, obra en la que la usura se muestra en estado puro. ¿No es
cierto que el buen Shylock sólo
reclama su media libra de carne en pago del préstamo? ¿Qué relevancia tiene
entonces que el medio kilo se lo extirpen a Antonio de un glúteo, de las lorzas
de la cintura o del corazón? La justicia de los mercaderes es apocalíptica;
será por eso por lo que hay gobernantes que insisten en hacer las cosas como
Dios manda mientras tratan de moldear una nueva Europa, roja o rosa para
las masas y liberal para los multi-millonarios. ¿Una nueva Europa, a la china? ¡NO, GRACIAS!
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