La hora de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad – No la de los imbéciles
Foto: Europa Press (19-11-2015) |
No habían transcurrido ni 24 horas desde los asaltos terroristas de París de la noche del viernes, 13 de noviembre, cuando oí decir a uno de esos analistas pseudo-progresistas de tertulia televisiva, casi literalmente, que desde ahora había que tratar con todo el cariño a esos muchachos que “corrían el riesgo” de ser captados por el integrismo y el terrorismo yihadista. A lo que el analista de enfrente contestó que quienes merecían todo el cariño eran –son– las víctimas y sus familias. ¡Pues claro que sí!
Aunque
también afecte a Europa, más o menos, en nuestra España tenemos incrustado ese
complejo de culpabilidad histórica con el que nos auto-flagelamos y a causa del
cual permitimos que nos haga dudar cualquier secesionista chiflado o cualquier
banda de pobres “chicos violentos”. Así llamaban algunos a los cachorros de ETA
hace unos años. Conocer la historia y hacer memoria es necesario para modelar
una sociedad cada vez más justa; pero no deberíamos seguir cometiendo la
equivocación de sentirnos culpables de ser lo que somos hoy, aceptando las
penitencias revanchistas que quieran infligirnos desde dentro o desde fuera con
pretextos históricos.
Cuantiosos
y terribles como han sido los desmanes cometidos a lo largo de la historia
europea y durante la colonización y la descolonización de otros continentes,
nunca deberíamos olvidar que Europa ha concebido la democracia, bien que
maltrecha en la actualidad; que Europa ha alumbrado el humanismo tras abrazar
el cristianismo –entendido no sólo como religión sino como ideología de la
igualdad y de la fraternidad entre los hombres–; que Occidente ha hecho
universales los derechos humanos; que nuestra civilización ha reconocido, por
fin, la libertad y la igualdad ante la ley de la mujer y que ha puesto en
práctica las ideas de bienestar social y de solidaridad con los más débiles.
Por
muy perfectible que sea la materialización de todos esos logros, no olvidemos
que son los logros de la Civilización Occidental. Sintamos, compartamos el orgullo.
Esta no es la mejor hora para ser imbéciles.
Personalmente,
no puedo estar más en contra de todos esos –autoproclamados– progresistas que
confunden el progresismo, por ejemplo, con incriminar al Estado de Israel por
auto-protegerse militarmente. Desde hace más de 60 años, Israel ha venido
sufriendo el asedio y el odio de los mismos fanáticos que ahora atacan desde el
propio corazón de Europa, abusando de nuestra sociedad igualitaria, ocultándose
tras derechos y libertades que jamás han disfrutado en sus países de origen
o en el de sus padres y abuelos. A esos líderes políticos que disculpan,
justifican o no condenan las intifadas y el yihadismo ni ahora que medra entre
nosotros, quizás porque nunca han tenido la responsabilidad de gobernar el
Estado, les auguro que el pueblo jamás les confiará esa responsabilidad.
Los
terroristas del “viernes 13” han hablado
de la única manera que saben y nadie puede negar ya que no basta con haber nacido
en Europa o haber obtenido un permiso de residencia y, finalmente, la
nacionalidad para merecer vivir entre nosotros. Todo individuo debe demostrar
consideración a sus conciudadanos y no sólo conocer sino aceptar y respetar los
valores de la sociedad que lo acoge. Los menguantes derechos que aún disfrutamos
los europeos van emparejados con el mérito. Como contrapartida de nuestras libertades
¿es que no estamos obligados los europeos a trabajar, a pagar lo que consumimos
–impuestos incluidos–, a cumplir leyes y obligaciones cívicas, a identificarnos
ante las administraciones públicas y al cruzar fronteras extranjeras?
Por
favor, que alguno de esos progresistas de
asamblea me explique por qué exigir lo mismo a nuestros “invitados” iría
contra los derechos humanos. De verdad, me gustaría saber qué sabe él o ella –que
no sepamos los demás– y que expusiera
la razón por la que no hay que controlar la inmigración ilegal ni hay que
controlar y racionalizar el tránsito de las decenas de miles de refugiados de los
últimos meses. En la Unión Europea habitamos quinientos millones de personas.
Todos pasamos controles cada día –en el trabajo, en el ambulatorio, en la
guardería, en el supermercado cuando pagamos con tarjeta, en una ventanilla, en
un control de la policía, etc.– y no por ello son lesionados nuestros derechos.
Este
club de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad de Europa debe ser tan
exclusivo como atractivo pueda resultar a todos cuantos llaman a sus puertas.
Hay que estar a su altura y el nacimiento no es razón suficiente para tolerar el
chantaje cultural y la violencia. Ni el tedio –algunos terroristas son niños
malcriados que lo han tenido todo, también vicios que contravienen preceptos
islámicos– ni las frustraciones personales, que cualquiera de nosotros ha
podido sufrir igual, ni las convicciones ni las diferencias culturales o étnicas
pueden justificar la violencia anti-occidental. Y, para los confusos: el Estado
de derecho democrático no será intolerante por protegerse.
Las
tradiciones, las costumbres y los valores que han conformado Europa y que nos han
distinguido hasta convertirnos en una de las civilizaciones más avanzadas
–económica, moral, social y tecnológicamente– deben prevalecer por encima de las
de cualquier “invitado” que llame y, sin duda, deben aplastar a las espurias
creencias –me da igual que sean centenarias o milenarias– de los que piensan
que hay guerras santas y que las mujeres pueden ser objetos de propiedad. Si no hay más
remedio, nuestros valores prevalecerán con la aplicación contundente de
nuestras leyes y con la ayuda de nuestras fuerzas de seguridad, ya que es la
fuerza lo único que entienden los fanáticos. La razón ya la tenemos.
"I Love Paris", la pieza de Cole Porter interpretada por Les Negresses Vertes (1990) |
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