sábado, 21 de marzo de 2015

Malditas campañas electorales…


Aunque la de Andalucía haya acabado, este suplicio no ha hecho más que empezar. Sin lugar a dudas, implica un suplicio insultante para la gente con un poquito de memoria y de criterio político. Digo más, rehabilitar el edificio de esta democracia nuestra debería pasar por reformar las campañas electorales, tal y como las conocemos.

A imitación –remota– de las norteamericanas, las campañas electorales conllevan el primer gran dispendio de los partidos políticos, la primera causa de su endeudamiento económico y moral. El capital no presta desinteresadamente, bajo circunstancia alguna, ni a su madre. ¿Por qué iba a comportarse de otro modo con los gobiernos y los partidos?

Su formato actual sugiere que, para sostener el bipartidismo, gastarse el dinero en actos, propaganda y viajes pudiera ser más práctico que gastarlo en educación, por ejemplo. Invertir en Educación convertiría al electorado en un hueso más duro de roer. Sería más crítico, se diversificaría más y tendría más en cuenta la memoria de la última legislatura que las milongas de última hora.

¿Por eso es tan “peligrosa” la redistribución del voto entre más partidos? Desde los dos grandes partidos políticos nos dicen que está en juego la estabilidad de la democracia; y nos lo dicen precisamente ellos, que tras siete lustros de democracia han sido incapaces de alcanzar un solo pacto en las cuestiones importantes, las que aumentarían la estabilidad y la solidez del Estado español: la Administración pública, la Economía y la Hacienda, la Educación, la Justicia, la Sanidad, el Territorio, etc.

Precisamente el otro punto de apoyo del bipartidismo ha sido la reactivación artificial, por pura conveniencia política, del viejo odio entre las dos Españas. A muchos les ha resultado muy ventajoso inflar y mantener una serie de diatribas nacionales como las de: Populares contra Socialistas; Real Madrid contra F.C. Barcelona; fumadores contra no fumadores; playa o montaña; tauromaquia sí o tauromaquia no; el nacionalismo español contra los nacionalismos periféricos; trasvasar o no trasvasar… Sí, hasta por el agua han permitido que vuelvan a enfrentarse comunidades y municipios.




Amigos, queda por hacer bastante más de lo que parece. El legado post-franquista es insondable. Fijémonos sólo en uno de esos ámbitos de “interés general”. Un porcentaje excesivo de la población sigue dejándose la inteligencia crítica y los modales en un cajón de casa, cuando va al fútbol y cuando ve los programas que comentan la liga –de fútbol– igual que si fuera Gran Hermano. Lamentable pero inmensamente “conveniente”.

Debe de ser esa misma anulación selectiva de juicio y de sensibilidad cívica la que los políticos detectan y fomentan en todos nosotros, y de la cual se aprovechan, ya no sólo en campaña electoral. Tan desmemoriados y tan estultos nos ven que a lo mejor lo somos, ya que lo consentimos; de ahí las promesas imposibles de cumplir, la reanudación de las obras públicas estancadas, las bajadas de impuestos pre-electorales, etc.

Venga, vamos a sincerarnos. Yo creo que a los españoles nos va ese rollo de los bandos y los abanderados. ¡Qué bien se está apretujado con los tuyos –en una asamblea, en un mítin o en el sofá– mientras los candidatos se desgañitan ahí delante diciendo chabacanerías y pamplinas, más o menos serias, y echando la culpa de todo siempre a los otros! Eso reconforta un montón y hace que entren ganas de votarles otra vez. Lo de menos es que hayan recortado hasta el oxígeno medicinal de la abuela. ¿A que sí? Catárticas campañas electorales...

Loquillo interpreta La Mala Reputación (Georges Brassens, 1952)