lunes, 25 de enero de 2016

DESGOBIERNO EN ESPAÑA. ¿PACTAR O DIMITIR? 

Qué bien aprendida tenían la lección los líderes de los partidos políticos en la noche electoral del 20 de diciembre de 2015. Los resultados electorales, decían, “nos obligan” a entendernos. Pero, a la hora de la verdad, ni hay disposición ni hay respeto por los veinticinco millones de votantes –el 73,20% del censo– de aquella jornada.


Los líderes participantes en el debate televisado por Atresmedia (07-12-2015)

En estas semanas hemos oído casi de todo menos propuestas serias de pacto por parte de aquellos a los que correspondía formularlas. Solo un partido ha ofrecido colaboración constructiva a quien tomase la iniciativa de formar gobierno. Todos los demás han vuelto a entregarse a los cálculos por la supervivencia o el auge como partidos. El país –su estabilidad, integridad y prosperidad– sólo se menciona por interés. Otros siguen enredando con sus entelequias territoriales; y algunos son capaces de traicionar al país entero con tal de comprar el improbable apoyo de esa partida de secesionistas. La desconfianza, el insulto y las malas formas siguen empleándose como estrategia. No sé en qué manual de negociación han podido aprender nuestros líderes tanta insensatez y tanta irresponsabilidad.

En España tenemos líderes de todos los calibres: líderes que se esconden o reculan, líderes que chantajean, líderes a los que se les escapa la fuerza por la boca –esto es algo muy ibérico, pasa en todo el país–, líderes de minorías que favorecen o bloquean acuerdos por escaños, líderes de los derechos universales de los ciudadanos de todo el mundo, líderes pantagruélicos que quisieran gobernarnos como a liliputienses y, sobre todo, tenemos líderes liliputienses a los que el país les queda demasiado grande. Líderes fetén hay poquísimos, y solemos hacerles la vida imposible. Claro que esto, tan ibérico, ha sido consustancial a la historia del país. De modo que puede decirse que, después de unos lustros de democracia, no hemos cambiado tanto; pero no estoy seguro de que esto nos avergüence.

El Partido Popular, que aglutina a la derecha española a pesar de su nombre, dice que ganó las elecciones porque obtuvo el 28% de los votos. La izquierda –el PSOE, Podemos, IU, etc.– obtuvo más del 40%; otra cosa es que nadie se entienda con nadie en ese ala en España. Aquí el que no se conforma es porque no quiere. La única opción política de centro, Ciudadanos, obtuvo el 14% de los votos. El 18% restante está repartido entre los nacionalistas, animalistas (sic) y otras opciones políticas curiosas.

Con este panorama, la consiguiente configuración de ambas cámaras podría favorecer, por fin, el consenso que requiere la revisión de la Constitución española y las impostergables reformas que aumentarían la estabilidad y la solidez del Estado español, y el bienestar y la seguridad de los españoles. El bipartidismo ya ha demostrado su inoperancia absoluta para alcanzar un solo pacto de Estado en las cuestiones importantes: Administración pública, Economía y Hacienda, Educación, Justicia, Sanidad, Territorio, etc.

Si Su Majestad, don Felipe, quisiese oír una modesta propuesta para evitar la disolución de las cámaras y la convocatoria de nuevas elecciones, yo sugeriría lo siguiente. Siempre he pensado que hay demasiados políticos españoles que necesitan unas veces un empujón y otras veces un buen encierro bajo llave al estilo vaticano. Si la celebración de un cónclave es un acontecimiento digno para los príncipes de la Iglesia, por qué no habría de serlo para los diputados y senadores de nuestro país. Cuando aquellos que rehúsan hacer lo que deben –debatir en tono conciliador, hacer propuestas concretas y consensuar, negociar o pactar leyes, proyectos, (etc.) o formar gobierno– en plazos prudentes; quizás debieran reunirse en sesiones a puerta cerrada con llave y sin límite de tiempo. Estoy convencido de que el hambre, la sed y el sueño los haría eficaces y respetuosos con la voluntad del pueblo soberano, que les ha dado su confianza.

Desde el día siguiente a la jornada electoral hasta hoy mismo, se habla de la repetición de las elecciones. ¡Menudo fracaso y, peor, menudo fraude! Imaginemos una partida de cartas en la que no nos salen las cartas que queremos. Puede que haya malos jugadores que pidan un nuevo reparto o jugadores que se levanten de la mesa y abandonen la partida. Pero la partida sigue. ¿Cómo no exigir, entonces, que los líderes y los partidos políticos den ejemplo, que se respeten y que negocien? Hay líderes y partidos cuyos gestos y omisiones les han delatado desde el principio: esperan las segundas elecciones. Pues bien, yo digo que los que no estén a la altura de los pactos que el país necesita tampoco están a la altura del país, ni ahora ni después de nuevas elecciones. En mi opinión, los que no sepan pactar ahora deberían dimitir para siempre. Así de simple.

(Para una vez que el voto manifiesta fielmente el cabreo general)