miércoles, 25 de marzo de 2020

No pasa nada. El coronavirus nos sienta bien. (2)


Apuntes de castellano, educación, sanidad y política peninsular (IV)  



(Continúa)


Repasaré, más o menos cronológicamente, varias señales que no fueron tomadas en consideración.

El día 31 de diciembre de 2019, el Gobierno de la República Popular de China informó a la OMS sobre el brote de COVID-19 (COronaVIrus Disease) localizado en Wuhan. Inmediatamente China emprendió la construcción de dos hospitales para tratar a la población infectada. Viniendo de una potencia tan hermética, y fábrica del planeta, el asunto debía dar que pensar.

Se sabía que la globalización traería la epidemia convertida en pandemia tarde o temprano. Sin embargo, en los pasos fronterizos de los aeropuertos y puertos españoles, los pasajeros y las mercancías continuaron yendo y viniendo del extranjero, China incluida, sin control de la Policía Nacional ni del Ministerio de Sanidad. Como sabes, en España “controlar” connota “reprimir”.

Es de suponer que, por esa razón, tanto autoridades como instituciones no gubernamentales animaron a la población española a participar en las marchas del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Antes se había permitido que miles de forofos siguieran a sus equipos deportivos al Norte de Italia –el foco principal de la pandemia en Europa– y a otras ciudades;  y después se permitió que 240 tifosi, que viajaron por su cuenta y riesgo, transitaran libremente por las calles de Valencia mientras se jugaba a puerta cerrada el partido de Champions League Valencia C.F.-Atalanta Bergamo Calcio del día 9 de marzo. No pasaba nada, excepto el esperpento.

Entretanto, buena parte de la población siguió tosiendo y estornudando como sabía –en estéreo surround (envolvente) y en las manos– y muchos siguieron arrimándose a los acompañantes casi íntimamente; hasta que el día 14 de marzo se empezaron a difundir las recomendaciones básicas de higiene personal y de salud que ya hemos aprendido y casi toda la población practicamos.

Hoy, los pasos fronterizos exteriores y los interiores del espacio Schengen están controlados por fin, gracias a que el mundo entero se ha adelantado a prohibirnos el acceso y cerrarnos las fronteras; una precaución esencial, que nos han impuesto desde fuera. Felicito a esos países. El nuestro es ahora uno de los más infecciosos.

La inmensa mayoría de la población estamos confinados en casa, observando las instrucciones recibidas, aunque queden contumaces, descerebrados, irresponsables o qué sé yo que creen que no pasa nada por salir a hacer deporte o por viajar a su segunda residencia para pasar el fin de semana. En honor a la verdad, también hay miembros del Ejecutivo que no han dado ejemplo.

El acúmulo de negligencias y torpezas es demasiado extenso para no preocuparnos y sentirnos totalmente protegidos, como ha pedido el Gobierno. “La ciencia”, como dice el Presidente, puede haber actuado bien, ya se verá. Pero es obvio que nuestros gobernantes no reaccionan a tiempo. La estela sinérgica de los gobiernos de Zapatero y de Rajoy es alargada, como la sombra del ciprés.

La soberbia también juega su papel. Seguramente se creían que nuestro modélico, y universal, sistema sanitario haría frente a cuanto viniese. Posiblemente habría sido así de haberse adoptado una serie de medidas graves e impopulares, pero necesarias; la primera de las cuales, en pura lógica, era controlar los movimientos y el estado de salud de los residentes y de los viajeros.

Foto: Madridiario

La suerte está echada. Las pérdidas humanas y los sacrificios serán terribles para muchos conciudadanos. Ha llegado la hora de asimilar que la libertad, que tan cara vendemos los españoles, no vale nada sin el sentido del deber y de la responsabilidad, y sin la aceptación de los sacrificios que exijan las circunstancias. Esa es la lección que hemos de aprender.

Por lo que se refiere a la nación, el coronavirus debe sentarle bien al carácter ibérico. Nuestra sociedad tiene que recobrar las cualidades y los valores abandonados en su errático rumbo, entre el progreso y el regreso; entre el sueño democrático, a veces quimérico, y el eterno retorno al conflicto entre las Españas. Las cosas que se dicen y se hacen importan, traen consecuencias.

Me gustaría pensar que, al acabar, este trance habrá dejado huella en todos nosotros. Me gustaría pensar que la actitud de los fatalistas, irreflexivos o irresponsables del “eso es así” y del “no pasa nada” habrá quedado herida de muerte. Tenemos que responsabilizarnos más y no podemos fiar el bienestar y la seguridad a la clase política y a los sucesivos gobiernos en precario.

La globalización y la macro-economía, conceptos que solo sirven al neoliberalismo capitalista, no pueden ser las prioridades y las excusas para no hacer nada. La buena educación y la Educación, la investigación científica, la Sanidad y el sector agroalimentario, que nos están salvando la vida, son bienes comunes sagrados y no pueden continuar siendo arrastrados por la arena del circo político.

Ojalá salgamos mejor parados de esta guerra vírica que de la guerra civil-dictadura-transición, que se prolonga 80 largos años. ¿No es hora ya de pelear y trabajar juntos?

Si la política regresara a la trifulca permanente y a la mono-distracción paralizante de la Generalitat independentista de Cataluña, si volviésemos a nuestros grandes o pequeños egoísmos incívicos, si volviésemos a nuestras vidas llenas de cosas de caducidad inmediata, como si nada hubiese pasado; creo que entonces desearía fervientemente solicitar la nacionalidad nepalí.


Que Dios reparta suerte (1983)

No pasa nada. El coronavirus nos sienta bien. (1)


Apuntes de castellano, educación, sanidad y política peninsular (IV)  







En efecto, la crónica televisada de esta pandemia anunciada me ha sentado tan bien que heme aquí de nuevo, al cabo de más de veinte meses enredado en mudanzas, menesteres y distracciones desde la entrada anterior, en el décimo día de alerta nacional. Así que, querido lector o lectora, ten paciencia y léeme hasta el final antes de juzgar si hay acierto o yerro en esta reflexión.

Atendiendo al acervo del castellano coloquial, España es un país en el que nunca ha pasado nada, hasta ahora. Pongamos por ejemplo dos de las innumerables situaciones a las que aplicamos ese dictamen idiosincrásico tan marcado no solo en el habla castellana de la Península ibérica sino también en el proceder de muchos hablantes.

Sabemos que está prohibido fumar a la entrada de los hospitales, sin embargo la gente fuma y se afana en dar forma a esos gloriosos arcos triunfales de humo que los no fumadores también debemos atravesar para entrar, igual que en cualquier otro sitio. Debo de ser un cascarrabias intolerante que no quiere ver que “eso es así”. El caso es que “no pasa nada”.

Aunque sabemos que un banco, de sentarse, consta de asiento, respaldo y patas; abundan los usuarios que se sientan en el respaldo y posan los pies en el asiento. Y qué suele pasar. Pues nada, no pasa nada. Incluso la autoridad debe cuidarse mucho de amonestar a nadie, grande o pequeño, que desee tomarse la libertad-ad-hoc de empolvar, embarrar o enmerdar el asiento.

Bastan esos dos ejemplos, extrapolables a casi todo en este país, para extraer algunas conclusiones. A los españoles no se nos educa para ser disciplinados ni responsables. Es más, nos parece represivo y lesivo para nuestros derechos que nos recuerden las normas; y pensar en el prójimo o anteponer el bien común parece ser cosa de tontos… El cóctel mólotov anti-sistema made in Spain.

Las palabras disciplina y orden suenan a dictadura en el oído ibérico. Pocos asumen su responsabilidad cuando se equivocan. Inculcar buena educación y respeto se considera adoctrinamiento. Suspender al estudiante que no estudia está mal visto hasta por la Inspección educativa, a veces. Reprender a un niño que se porta mal es severidad: como “es un niño”.

Este es el país al que ha llegado el COVID-19, el país de la actitud pseudo-estoica y de la coletilla “no pasa nada”. No me cabe la menor duda de que ambas cosas han propiciado que hoy seamos una de las potencias mundiales, modestia parte, en contagios por la pandemia. ¿No podríamos haber evitado el lúgubre honor de ser uno de los países con mayor porcentaje de defunciones?

Convencido de que sí, que era evitable despuntar de esta manera, hace alrededor de dos semanas me propuse escribir esto que lees, el día en que oí decir al Director del Centro de Coordinación de Alertas Sanitarias que, si su hijo quisiera acudir a no recuerdo qué encuentro multitudinario en Madrid, él le diría que podría hacer lo que quisiera, literalmente.


Durante las largas semanas en que aún “no pasaba nada” oficialmente, el Doctor Simón dio la cara en nombre de “la ciencia” y del Gobierno  –que, supongo, le apuntaba qué decir desde detrás del emblema del “Gobierno de España”– hasta ser sustituido el día 13 de marzo en la gestión de la crisis por los ministros de Interior, Defensa, Transportes y Sanidad, y por el propio Presidente.




Antes y en torno a esa fecha, todavía el repertorio de frases irresponsables fue más allá del “no pasa nada”: “no hay que exagerar”, “no es para tanto”, “hay que mantener la calma” o “no debemos alarmarnos” –recomendaban los más templados confundiendo la calma y la alarma con la inacción– o “el estado de la cuestión está bajo control”, ¡valiente circunloquio!

A favor de mi argumento contra esa clase de templanza –falta de previsión y valor, más bien– tengo a la Organización Mundial de la Salud (World Health Organization), nada menos y nada más por lo que hemos visto: ningún gobierno de la UE –España e Italia probablemente los que menos– hizo caso de sus reiteradas exhortaciones, en enero y febrero, a adoptar medidas contundentes.

Bien por confiar en la hipotética responsabilidad cívica y en las buenas costumbres sanitarias de la población –cosas que, por cierto, no suelen enseñarse en los centros educativos– bien por temer la reacción ante las impopulares medidas necesarias para prevenir una pandemia en ciernes; se permitió a la gente seguir actuando “a su puta bola”, he ahí otro neologismo coloquial.