miércoles, 7 de noviembre de 2012

POR LOS CERROS DE GRANADA - 1 

Cartuja – El Fargue – Lomas del Hornillo, de Casa Blanca y del Hospicio – Río Darro – Dehesa del Generalife – Sacromonte

En una mañana de domingo, cualquiera puede practicar múltiples y ociosas ocupaciones. Si a alguien le interesa leer lo que hace este caminante cuando se encuentra en un lugar rodeado de lomas, cerros o picos, que continúe. Aunque algún día saldré por los cerros de Úbeda, primero les haré justicia a los de mi ciudad natal.

Domingo, día 4 de noviembre: festividad de San Carlos Borromeo. Lo menciono por ser mi onomástica. Amanece lluvioso aunque escampa temprano. Sé que el terreno estará embarrado y sé que aún podría seguir lloviznando. Qué más da. La brisa suave que sopla del sur es cálida y la “suerte ayuda a los audaces” si son prudentes primero, con la venia de Publio Virgilio. Ni el día anterior ni hoy han sido propicios para crestear por los Alayos del río Dílar, en Sierra Nevada. En cambio, una caminata matutina por los montes que acotan la ciudad por el noreste puede ser más adecuada.

Esta es una de las comodidades que echo de menos al vivir fuera de Granada. Salir de casa a pie, calzado con la botas de montaña, y alcanzar en pocos cientos de metros o en un par de kilómetros a lo sumo, las estribaciones de alguna sierra. El objetivo de hoy es la zona que tradicionalmente ha servido de paso hacia el norte de la provincia, entre la Sierra de la Alfaguara y el río Darro, que nace de sus barrancos. Casualmente, antes de ayer me acerqué a las trincheras del Cerro del Maullo, desde donde se domina el primer tramo del barranco que ya recibe el nombre del afluente del Genil.


Salgo de la ciudad por la Calle Real y subo al Campus Universitario buscando el Mirador de Cartuja, cuyo templete no deja de intrigarme. Desde él puede recorrerse visualmente la Vega de Granada, desde la Silleta del Padúl y el Suspiro del Moro hasta la Sierra del Campanario. Entre medias, Sierra Elvira. Prosigo para doblar a media ladera, entre el alto de El Tambor y la Casería de Montijo, hacia El Fargue. Frente a mí tengo los puntales ocupados por el olivar que descienden desde Alfacar y Víznar hasta la ciudad y, al otro lado del barranco del tercer río de Granada, la Alquería del Beiro.

Cruzo la carretera de Murcia (N-342) por el punto del que parte la pista que asciende a la antena de Radio Granada. Y de ahí a El Fargue, por la loma del Cortijo de las Monjas, apenas se tarda veinte minutos. Este barrio alto de Granada, que creció al borde de la carretera y en torno a la fábrica nacional de pólvora y explosivos, parece desperezarse todavía en esta mañana gris. Y quién no – yo no cuento. Para evitar la maleza que cierra los vadillos de estos barrancos, me dispongo a recorrer todo el barrio hasta el camino que lleva al Cortijo Nuevo desde la carretera. Lo que ocurre es que me impaciento y desciendo al Barranco de la Ermita. Así acorto y, de paso, me obligo a saltar una cerca de alambre de espino flanqueada por zarzas. No lo puedo remediar.

En la cuerda de la Loma del Hornillo contraría ver el Cortijo Nuevo en desuso. La oscuridad de la mañana acentúa la desazón, por poco tiempo. Mientras me refresco, decido redondear la ruta cuando miro a las Lomas de Casa Blanca y del Hospicio, tocadas con sus cortijos respectivos. Por qué no llegar hasta el Cortijo de Jesús del Valle antes de dar la vuelta. Puede que haya que apretar el paso y hacer algunos tramos corriendo para no perderme la comida familiar. El interés deportivo de la ruta crece con esos desniveles.


Por lo pronto, las aguas del Barranco de la Carabela vienen crecidas, no hay puente en el vado y, a ambos lados del arroyo, hay más de metro y medio de barro. Las ganas de cruzar aguzan el ingenio para evitar mojarse. Evitar el barro va a ser imposible. Rodeo Casa Blanca por su ladera suroeste para enlazar con el sendero que desciende al Barranco del Teatino. Poniéndome en lo peor, me hago con una pértiga tan bien desbastada que alguien debe de haberla usado antes para varear. Por suerte aquí hay un puente de obra. El alivio me impulsa a correr, Loma del Hospicio arriba y Cerro de los Pinos abajo.


Entre los olivos, asoma el Cortijo de Jesús del Valle, en la curva en la que el cauce del Darro toma la dirección de la ciudad. Al otro lado del valle queda el Cerro del Sol, el puntal oriental de los Llanos de la Perdiz. Ya sólo hay que bajar hasta la ribera del río, donde compiten en matices otoñales los álamos con los castaños y con los nogales, las encinas con los cipreses, los granados con los caquis y los olivos de hoja casi blanca con todo lo demás. Mi ruta se civiliza cuando cruza a la margen izquierda y continúa por el trazado del recorrido periurbano del Parque Natural de la Dehesa del Generalife para luego volver a la margen derecha y entrar en el asfalto, pasando por las Casas del Hornillo, el barrio de la Abadía del Sacromonte y el barrio de las cuevas.
  
Acorto la vuelta a casa por el Albayzín. Compro pasteles en Plaza Larga pensando en la merienda; aunque antes devoraría un buey por las patas o una ración doble de paella de mamá. Al terminar, habré hecho algo menos de 18 kilómetros en cuatro horas y media.


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