domingo, 20 de noviembre de 2016

Cincuenta años no es nada (1) 

El péndulo ibérico 


Cincuenta años no es nada. Ni una sentencia judicial ya. En España esas cosas se acabaron. Aquí sería improbable que un asesino en serie fuese condenado a treinta años de prisión. Y si fuese condenado, cumplida la mitad de la pena, le aplicarían el tercer grado por el arrepentimiento verbal y la buena conducta, de modo que podría volver a practicar su hobby furtivo los fines de semana. La reinserción social del delincuente es lo primero. La ejemplaridad de la sentencia, la reparación por las consecuencias físicas, materiales y morales de los delitos y la seguridad pública, por lo visto, importan menos.

Poder expresar estas apreciaciones tan poco sutiles es lo bueno que tiene no ser letrado en leyes, aunque casi me salgo del tema de hoy antes de presentarlo. En fin, cincuenta años no serán nada pero, en este país, bastan para ver de todo. Debe de ser por la longitud del péndulo ibérico, que describe periodos de oscilación formidables en los que recorremos arcos y tocamos extremos más propios del trapecio circense que de un Estado serio.

Desde la infancia, uno ha presenciado los estertores de un dictador en su lecho de muerte, la refundación pacífica de un viejo país, la euforia de tantos derechos y libertades a estrenar, la contestación contumaz del terrorismo independentista, el espejismo del progreso y la decepción económica, política y social de una nación que, en su permanente vaivén, ya progresa, ya regresa sin constancia ni rumbo fijo; posiblemente por su menosprecio de las normas y de las responsabilidades que exige la libertad o porque “disciplina”, “ley”, “obligación” y otras palabras similares nos suenan a autoritarismo, aún viviendo en democracia, y a cosas de tontos. Vaya usted a saber.


Por si alguien se lo pregunta, ¿cómo me ha venido esta monserga a la cabeza? Probando mis patines nuevos y la nueva edad. Sí, tal y como lo estáis leyendo, este es el punto donde me salgo del tema. Veréis. Últimamente no soportaba la tortura de los patines viejos. Creía que era un problema “estructural”, de mis bóvedas plantares. Más de una vez he llegado a decirme “eso es así” –ya sabéis– para conformarme. He utilizado apósitos por dentro de los calcetines para aguantar el dolor. Pero los parches no solucionan los problemas. Hasta que, por fin, en un momento de inspiración caribe me dije: “¡Al carajo!”. Me he buscado unos patines nuevos, mejores y más chulos, y el suplicio ha terminado.

En el ruedo ibérico nada es tan sencillo, lo sé. Nos cuesta alcanzar soluciones lógicas, razonadas y consensuadas, para que puedan ser aceptadas por amplias mayorías. Aquí lo que se nos da bien son los bandazos de un extremo al opuesto. Somos capaces de columpiarnos entre la unión y la secesión, pero no detenemos el columpio ni para aplacar el mareo. Practicamos la dialéctica de bloques –no la de las ideas: buenas, malas, factibles, utópicas, etc.– y, para reafirmarnos en nuestra posición, rechazamos todas las demás tajantemente.

La radicalidad y la visceralidad nos rezuman por los cuatro costados. Deduzco, por tanto, que la ecuanimidad y el pensamiento libre-y-responsable perjudican seriamente la esencia de lo ibérico. Curiosamente, los anti-ibéricos y los rupturistas adolecen del mismo defecto. Lo nuestro es anularnos, destruirnos si hay posibilidad. Lo queremos todo pero, si no puede ser, nos consuela que nadie tenga nada. ¿Respetarnos y convivir, para qué? ¿A los maestros titiriteros de los teatrillos nacionales y nacionalistas les interesa la zurra? Pues allá que vamos, a zurrarnos la badana. Para eso sí somos muy bien mandados.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

acertado, entretenido, interesante, útil