miércoles, 25 de marzo de 2020

No pasa nada. El coronavirus nos sienta bien. (1)


Apuntes de castellano, educación, sanidad y política peninsular (IV)  







En efecto, la crónica televisada de esta pandemia anunciada me ha sentado tan bien que heme aquí de nuevo, al cabo de más de veinte meses enredado en mudanzas, menesteres y distracciones desde la entrada anterior, en el décimo día de alerta nacional. Así que, querido lector o lectora, ten paciencia y léeme hasta el final antes de juzgar si hay acierto o yerro en esta reflexión.

Atendiendo al acervo del castellano coloquial, España es un país en el que nunca ha pasado nada, hasta ahora. Pongamos por ejemplo dos de las innumerables situaciones a las que aplicamos ese dictamen idiosincrásico tan marcado no solo en el habla castellana de la Península ibérica sino también en el proceder de muchos hablantes.

Sabemos que está prohibido fumar a la entrada de los hospitales, sin embargo la gente fuma y se afana en dar forma a esos gloriosos arcos triunfales de humo que los no fumadores también debemos atravesar para entrar, igual que en cualquier otro sitio. Debo de ser un cascarrabias intolerante que no quiere ver que “eso es así”. El caso es que “no pasa nada”.

Aunque sabemos que un banco, de sentarse, consta de asiento, respaldo y patas; abundan los usuarios que se sientan en el respaldo y posan los pies en el asiento. Y qué suele pasar. Pues nada, no pasa nada. Incluso la autoridad debe cuidarse mucho de amonestar a nadie, grande o pequeño, que desee tomarse la libertad-ad-hoc de empolvar, embarrar o enmerdar el asiento.

Bastan esos dos ejemplos, extrapolables a casi todo en este país, para extraer algunas conclusiones. A los españoles no se nos educa para ser disciplinados ni responsables. Es más, nos parece represivo y lesivo para nuestros derechos que nos recuerden las normas; y pensar en el prójimo o anteponer el bien común parece ser cosa de tontos… El cóctel mólotov anti-sistema made in Spain.

Las palabras disciplina y orden suenan a dictadura en el oído ibérico. Pocos asumen su responsabilidad cuando se equivocan. Inculcar buena educación y respeto se considera adoctrinamiento. Suspender al estudiante que no estudia está mal visto hasta por la Inspección educativa, a veces. Reprender a un niño que se porta mal es severidad: como “es un niño”.

Este es el país al que ha llegado el COVID-19, el país de la actitud pseudo-estoica y de la coletilla “no pasa nada”. No me cabe la menor duda de que ambas cosas han propiciado que hoy seamos una de las potencias mundiales, modestia parte, en contagios por la pandemia. ¿No podríamos haber evitado el lúgubre honor de ser uno de los países con mayor porcentaje de defunciones?

Convencido de que sí, que era evitable despuntar de esta manera, hace alrededor de dos semanas me propuse escribir esto que lees, el día en que oí decir al Director del Centro de Coordinación de Alertas Sanitarias que, si su hijo quisiera acudir a no recuerdo qué encuentro multitudinario en Madrid, él le diría que podría hacer lo que quisiera, literalmente.


Durante las largas semanas en que aún “no pasaba nada” oficialmente, el Doctor Simón dio la cara en nombre de “la ciencia” y del Gobierno  –que, supongo, le apuntaba qué decir desde detrás del emblema del “Gobierno de España”– hasta ser sustituido el día 13 de marzo en la gestión de la crisis por los ministros de Interior, Defensa, Transportes y Sanidad, y por el propio Presidente.




Antes y en torno a esa fecha, todavía el repertorio de frases irresponsables fue más allá del “no pasa nada”: “no hay que exagerar”, “no es para tanto”, “hay que mantener la calma” o “no debemos alarmarnos” –recomendaban los más templados confundiendo la calma y la alarma con la inacción– o “el estado de la cuestión está bajo control”, ¡valiente circunloquio!

A favor de mi argumento contra esa clase de templanza –falta de previsión y valor, más bien– tengo a la Organización Mundial de la Salud (World Health Organization), nada menos y nada más por lo que hemos visto: ningún gobierno de la UE –España e Italia probablemente los que menos– hizo caso de sus reiteradas exhortaciones, en enero y febrero, a adoptar medidas contundentes.

Bien por confiar en la hipotética responsabilidad cívica y en las buenas costumbres sanitarias de la población –cosas que, por cierto, no suelen enseñarse en los centros educativos– bien por temer la reacción ante las impopulares medidas necesarias para prevenir una pandemia en ciernes; se permitió a la gente seguir actuando “a su puta bola”, he ahí otro neologismo coloquial.


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