domingo, 22 de noviembre de 2015

La hora de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad – No la de los imbéciles


Foto: Europa Press (19-11-2015)

No habían transcurrido ni 24 horas desde los asaltos terroristas de París de la noche del viernes, 13 de noviembre, cuando oí decir a uno de esos analistas pseudo-progresistas de tertulia televisiva, casi literalmente, que desde ahora había que tratar con todo el cariño a esos muchachos que “corrían el riesgo” de ser captados por el integrismo y el terrorismo yihadista. A lo que el analista de enfrente contestó que quienes merecían todo el cariño eran –son– las víctimas y sus familias. ¡Pues claro que sí!

Aunque también afecte a Europa, más o menos, en nuestra España tenemos incrustado ese complejo de culpabilidad histórica con el que nos auto-flagelamos y a causa del cual permitimos que nos haga dudar cualquier secesionista chiflado o cualquier banda de pobres “chicos violentos”. Así llamaban algunos a los cachorros de ETA hace unos años. Conocer la historia y hacer memoria es necesario para modelar una sociedad cada vez más justa; pero no deberíamos seguir cometiendo la equivocación de sentirnos culpables de ser lo que somos hoy, aceptando las penitencias revanchistas que quieran infligirnos desde dentro o desde fuera con pretextos históricos.

Cuantiosos y terribles como han sido los desmanes cometidos a lo largo de la historia europea y durante la colonización y la descolonización de otros continentes, nunca deberíamos olvidar que Europa ha concebido la democracia, bien que maltrecha en la actualidad; que Europa ha alumbrado el humanismo tras abrazar el cristianismo –entendido no sólo como religión sino como ideología de la igualdad y de la fraternidad entre los hombres–; que Occidente ha hecho universales los derechos humanos; que nuestra civilización ha reconocido, por fin, la libertad y la igualdad ante la ley de la mujer y que ha puesto en práctica las ideas de bienestar social y de solidaridad con los más débiles.

Por muy perfectible que sea la materialización de todos esos logros, no olvidemos que son los logros de la Civilización Occidental. Sintamos, compartamos el orgullo. Esta no es la mejor hora para ser imbéciles.

Personalmente, no puedo estar más en contra de todos esos –autoproclamados– progresistas que confunden el progresismo, por ejemplo, con incriminar al Estado de Israel por auto-protegerse militarmente. Desde hace más de 60 años, Israel ha venido sufriendo el asedio y el odio de los mismos fanáticos que ahora atacan desde el propio corazón de Europa, abusando de nuestra sociedad igualitaria, ocultándose tras derechos y libertades que jamás han disfrutado en sus países de origen o en el de sus padres y abuelos. A esos líderes políticos que disculpan, justifican o no condenan las intifadas y el yihadismo ni ahora que medra entre nosotros, quizás porque nunca han tenido la responsabilidad de gobernar el Estado, les auguro que el pueblo jamás les confiará esa responsabilidad.

Los terroristas del “viernes 13” han hablado de la única manera que saben y nadie puede negar ya que no basta con haber nacido en Europa o haber obtenido un permiso de residencia y, finalmente, la nacionalidad para merecer vivir entre nosotros. Todo individuo debe demostrar consideración a sus conciudadanos y no sólo conocer sino aceptar y respetar los valores de la sociedad que lo acoge. Los menguantes derechos que aún disfrutamos los europeos van emparejados con el mérito. Como contrapartida de nuestras libertades ¿es que no estamos obligados los europeos a trabajar, a pagar lo que consumimos –impuestos incluidos–, a cumplir leyes y obligaciones cívicas, a identificarnos ante las administraciones públicas y al cruzar fronteras extranjeras?

Por favor, que alguno de esos progresistas de asamblea me explique por qué exigir lo mismo a nuestros “invitados” iría contra los derechos humanos. De verdad, me gustaría saber qué sabe él o ella –que no sepamos los demás–  y que expusiera la razón por la que no hay que controlar la inmigración ilegal ni hay que controlar y racionalizar el tránsito de las decenas de miles de refugiados de los últimos meses. En la Unión Europea habitamos quinientos millones de personas. Todos pasamos controles cada día –en el trabajo, en el ambulatorio, en la guardería, en el supermercado cuando pagamos con tarjeta, en una ventanilla, en un control de la policía, etc.– y no por ello son lesionados nuestros derechos.

Este club de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad de Europa debe ser tan exclusivo como atractivo pueda resultar a todos cuantos llaman a sus puertas. Hay que estar a su altura y el nacimiento no es razón suficiente para tolerar el chantaje cultural y la violencia. Ni el tedio –algunos terroristas son niños malcriados que lo han tenido todo, también vicios que contravienen preceptos islámicos– ni las frustraciones personales, que cualquiera de nosotros ha podido sufrir igual, ni las convicciones ni las diferencias culturales o étnicas pueden justificar la violencia anti-occidental. Y, para los confusos: el Estado de derecho democrático no será intolerante por protegerse.

Las tradiciones, las costumbres y los valores que han conformado Europa y que nos han distinguido hasta convertirnos en una de las civilizaciones más avanzadas –económica, moral, social y tecnológicamente– deben prevalecer por encima de las de cualquier “invitado” que llame y, sin duda, deben aplastar a las espurias creencias –me da igual que sean centenarias o milenarias– de los que piensan que hay guerras santas y que las mujeres pueden ser objetos de propiedad. Si no hay más remedio, nuestros valores prevalecerán con la aplicación contundente de nuestras leyes y con la ayuda de nuestras fuerzas de seguridad, ya que es la fuerza lo único que entienden los fanáticos. La razón ya la tenemos.


"I Love Paris", la pieza de Cole Porter interpretada por Les Negresses Vertes (1990)

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