domingo, 29 de octubre de 2017

No seamos idiotas (IV) 

Apuntes de castellano y política peninsular (III) 


En España siempre ha habido mucho listo. Debe de ser porque nos gustan los listos. Los admiramos y queremos ser como ellos pero no siempre nos atrevemos. Bien es cierto que, por su parte, el listo o la lista jamás admitirán ser unos listos. ¿Tan aviesos y grotescos somos los españoles? En absoluto, aunque un poco acomplejados, si acaso, sí estamos.

Nuestra historia nacional ha fomentado la dicotomía sociolingüística entre ir de listo o hacerse el tonto y la última guerra civil y la larga dictadura dejaron huellas profundas; lo que puede explicar hasta cierto punto la abundancia de listos, tontos y pusilánimes, que esquivan los problemas y a quienes los causan por no “entrar al trapo(*).

Esquemáticamente, están los listos que se hacen pasar por tontos para hacer lo que les viene en gana. Están los tontos que se aprenden tres o cuatro astucias que desarrollan hasta la perfección, con lo que terminan dándoselas de listos. Y, en el olimpo de la listeza, están los que la ejercen a costa de que los demás nos hagamos los tontos o de que, verdaderamente, seamos tontos de remate.

Existe, por lo tanto y sin lugar a dudas, la categoría del listo total “legal” (**). El LISTO, con mayúsculas, que practica la variante más ibérica del catálogo, la que aglutina características de las otras dos y que, así, se aprovecha mejor de los adoctrinados, de los desesperados, de los idiotas, de los ilusos, de los menos instruidos (pero con facebook y smartphone) y de los rencorosos.

Foto: EFE / ATLAS

El señor Pablo Iglesias (1978) es un listo total de esos. Simpatiza con el autoritarismo golpista venezolano del difunto señor Chávez y del discípulo Maduro, apoya el decimonónico nacionalismo independentista catalán, aunque ahora quiera (necesite) desdecirse, y seguro que le complacen las actividades anti-Occidente de los piratas informáticos del señor Putin; y todavía piensan muchos que es el nuevo garante de la decencia política.

Con auténtico celo leninista-stalinista, ha ido defenestrando de la plana mayor a todos los co-fundadores de Podemos y ha concentrado poderes en su persona con el bolivariano fin de blindarse en la secretaría general del partido; y todavía él mismo se cree autorizado para dar lecciones morales sobre lo que es democrático y lo que no.

No se le cae de la boca el adjetivo “franquista” para atacar a la derecha, promueve el conflicto y el desencuentro dentro de la izquierda y aborrece hasta pactar el nombre de las leyes a debate, porque él tiene que jugar con su pelota y con sus reglas. Recordemos que tuvo la posibilidad de favorecer la formación de un gobierno que habría impedido formar el suyo al señor Rajoy, pero la dinamitó con sus intrigas.

Parece que quisiera que el franquismo volviese de verdad para cargarse de razón. Pero lo que consigue es dárnosla a los que pensamos que esa izquierda facciosa es visceral e incendiaria, que no sirve para gobernar con sentido práctico y responsabilidad. Lo hemos visto, a él con los suyos, montar el pollo en la calle y en el Congreso. Desde su escepticismo anti-sistema, practican la política a pelotazos, como en el paintball.

No le deberían haber dejado ver Juego de tronos en su casa. Es probable que sufra un maquiavelismo tan severo que solo disfrute jugando con las ilusiones, los problemas y los sentimientos desde su escaño parlamentario; y es probable que solo desee el conflicto total, el cataclismo económico, político y social del Estado democrático como solución final para materializar la utopía libertaria y hacerse su trono de dagas.

Ahora bien, que haya listos totales destructivos es inevitable. Lo preocupante –y evitable– es que haya tanto memo despepitado, por no repetir lo de idiota, que olvidará que este supuesto defensor de los derechos y de la igualdad real y efectiva de todos los españoles ha defendido que los ciudadanos de cierta comunidad autónoma tienen derecho a gozar de más privilegios que los de las otras.



(*)Entrar al trapo”, una de esas expresiones doblemente ibéricas, por venir de la tauromaquia, con la que se describe la respuesta inmediata a un desaire, a un exabrupto o a una acción reprobable. Entrar al trapo en este país está casi peor visto que la palabra, la obra o la omisión que merecen la corrección. Lo asimila a uno antes con la irracionalidad de un toro que embiste que con la responsabilidad y la sensatez del que debe atajar un despropósito ipso facto, es decir antes de que haga más daño.

(**) El listo total ilegal –el sinvergüenza de toda la vida que se forra defraudando, estafando, sobornando o dejándose sobornar, etc.– queda fuera del tema de hoy.


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